Salvo sorpresas, Donald Trump será el candidato del Partido Republicano para la Presidencia de los Estados Unidos.
Salvo sorpresas, Donald Trump será el candidato del Partido Republicano para la Presidencia de los Estados Unidos.
No será ésta la primera vez que se elija un candidato que no goza de los favores del establishment partidario, tal por ejemplo lo sucedido en 1964 con Barry Goldwater, pero seguramente ésta será la ocasión en que el escogido cuente con el menor asentimiento de las cúpulas, formales e informales, del partido de Abraham Lincoln. Un partido que se distingue por un conservadurismo que pretende respetable.
Es que Trump, lejos de querer abarcar con su nominación la mayor parte del sentir republicano, apelando a presentaciones y declaraciones que por su generalidad le aseguren esa representación, se colocó con sus dichos y actitudes en posiciones excluyentes a la misma. Tal como si prescindiera de sus votantes racionales, para captar los extremismos apartidarios, presentes en todo el electorado. O, más llanamente, como si buscara la adhesión de aquellos que tradicionalmente no concurren a votar (una gran proporción del electorado habilitado), al no sentirse representado, por ninguna de ambas formaciones partidarias.
Reedita así una relación entre líder y seguidores típica de los populismos, en tanto desdeña la mediación partidaria. Una actitud que, a juzgar por los sondeos, lo estaría acercando en adhesiones a su rival Hillary Clinton.
Las iracundas manifestaciones de Trump son conocidas y en general repudiadas: expulsión de inmigrantes ilegales, básicamente mexicanos, a quienes aislará con un muro que ellos mismos construirán, prohibición de ingreso de musulmanes, críticas a las mujeres y a los marginados sociales, desconsideración hacia los discapacitados, destratos al pacifismo, reivindicación de la preeminencia militar de su país en todas las áreas, discurso en suma, de clara raíz nacional racista, con base en el fundamentalismo wasp, (blanco, anglo sajón, protestante.) Un menú que repite en versión desmejorada lo más siniestro de organizaciones como el Ku Klux Klan y similares mediante un discurso histriónico, de formulación primaria, carente de sutileza conceptual y dirigido a una masa de votantes silenciosos y desencantada por la pérdida de hegemonía de los EE.UU. Y que agrupa adhesiones tan disímiles como las enterradas multitudes del inerte “deep south”, las desposeídas masas proletarias de las ciudades, o sectores fuertemente favorecidos del Tea Party. En un compartido sentimiento de postergación no tan distinto del que animó a heterogéneos sectores sociales a promover el totalitarismo fascista y al nacional socialismo. Ambos regímenes consecuencia de un sentimiento de frustración nacional que culminó con los horrores de la guerra.
Es cierto que Trump un millonario, producto del sistema económico, actúa como un típico líder populista en versión sajona, abusando de un perfil contradictorio que complementa con una peligrosa carga de rechazo al otro, al distinto, a la mujer, al negro o al latino, que, con peculiaridades locales, permiten aproximarlo al totalitarismo europeo de derechas.
Lo que no sería tan sorprendente si no fuera porque sus ideas pueden fundar la política de la nación más poderosa de la tierra. Una nación cuyo presidente puede, en principio, hacer cesar la vida sobre el planeta. ¿Es concebible algo más aterrador?