Dos bajas

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El año finalizó con malas noticias: las muertes de Jimmy Carter y Jorge Lanata. Dos bajas importantes para la humanidad.

Elogios a granel para el expresidente, -que vivió 100 años y solo presidió su país durante 4- e igual fueron pocos para todo lo que él fue, lo que hizo y lo que significó. Su pueblo no lo reeligió. Sin embargo, él le lavó la cara a los EE.UU., que venía muy engrasada y, por sobre todas las cosas, recuperó los valores de Occidente y reasumió la defensa de los derechos humanos y de la libertad. No es exagerado decir que se debió a Carter la caída del Muro de Berlín y de la propia Unión Soviética.

Los uruguayos tampoco hemos sido muy expresivos en señalar lo que Carter significó para nosotros en épocas de la dictadura y lo que hicieron, en defensa de nuestra libertad y democracia, perdidas sus representantes Lawrence Pezzullo (Embajador) James Cheek (Encargado de Negocios) y John Youle (Consejero).

Marcello Estefanell (extupamaro, 12 años preso, hombre de izquierda) en su libro “El hombre numerado” cuenta sobre lo que se vivía en la cárcel como consecuencia de la política de Carter. Los militares los castigaban: “Meta arresto con nosotros, como si fuéramos aliados de los yankis”. Vale la pena leerlo; es harto elocuente, despeja mucho. Y termina con un “gracias Jimmy”.

A Lanata lo conocí hace 35 años. Poco podría agregar a lo que se ha escrito y dicho sobre el notable intelectual, brillante periodista e insuperable investigador y destapador de tarros malolientes. Tuvimos una buena relación, reforzada a raíz de un percance que vivimos en Bogotá, en mayo de 1991. Habíamos sido invitados: él como joven descollante director de Página 12 y yo como Editor de Búsqueda a un encuentro sobre: “Prensa para la democracia: reto del Siglo XXI”. Participaba la flor y nata, recuerdo al expresidente Julio Ma. Sanguinetti, al n.o 1 de El País de Madrid, Jesús de Polanco, y el director de ese diario, Juan Luis Cebrián, y una lista muy larga de figuras relevantes de America y España. Funcionarios para atendernos y militares -armados hasta los dientes- por doquier. Se ocuparon de las maletas y un soberbio autobús rodeado de motos y carros militares listos para llevar la delegación al hotel.

Fue cuando Jorge me dijo: “Si los guerrilleros quieren dar el gran golpe propagandístico, hacen volar ese colectivo, con nosotros adentro. Es un blanco móvil, vayámonos en taxi”.

Y yo agarré. Unas tres cuadras antes del hotel todas las calles estaban bloqueadas: soldados hasta los dientes. Bajamos a explicarles que íbamos para ese encuentro y que perdimos el autobús. No teníamos maletas, nos metieron en una pieza; nos curtieron a preguntas, revisaron lo que llevábamos en el equipaje de mano, en los bolsillos, y prácticamente nos desnudaron. Les pedíamos que llamaran, pero no sabíamos a dónde, y los organizadores se dieron cuenta que faltábamos recién 6 horas después. Lo pasamos incómodos. Y fue que nos hicimos muy camaradas.

Una vez fue a verme a Búsqueda y quedó deslumbrado con unas máquinas de escribir antiguas que conservaba de la primera época. Llévate una le dije: “Me la llevo en serio” respondió y así fue.

Me la agradecía siempre: “Tu máquina está en un lugar privilegiado de mi biblioteca”.

La TV argentina pasó decenas de fotos y videos de Jorge. En uno de ellos aparece en su escritorio con enorme biblioteca atrás y allí, bien destacada, estaba la máquina.

Me acongojó aún más. ¿No les pasaría lo mismo?

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