Ejemplo alemán

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HERNÁN SORHUET GELÓS
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Hace algo más de una década que el gobierno alemán tomó una decisión arriesgada y valiente: eliminar la energía nuclear en su país para la producción de electricidad. Lo hizo en solitario y siendo muy consciente del enorme esfuerzo que debería hacer para lograrlo.

Lo ocurrido en Fukushima provocó en la canciller Merkel el envión necesario para tomar la decisión de poner en marcha un plan de cierre escalonado de sus 17 centrales nucleares en funcionamiento.

A fin del año pasado se cerraron 3, y para diciembre de este año está prevista la clausura de las últimas 3. A pesar que la profunda crisis energética que ha provocado la inesperada y brutal invasión rusa a Ucrania, el gobierno alemán sigue adelante con su plan.

Recordemos que Rusia es un país básicamente exportador de energía (gas, petróleo y carbón), y que Europa occidental se abastece de ella. Como era de esperar, el inicio de este demencial conflicto armado generó toda clase de sanciones y en respuesta a ellas, Putin cortó el suministro de gas a los europeos, lo que tendrá un fuerte impacto cuando llegue el invierno.

A pesar de ello, Alemania continúa realizando una transición energética muy bien planificada, hacia las fuentes renovables, como parte de su férreo compromiso para alcanzar la neutralidad de carbono en 2050, independientemente de lo que hagan el resto de las naciones.

Mantiene un problema serio sin resolución definitiva. Nos referimos a de qué manera lograr depósitos definitivos y seguros para los desechos nucleares.

Hasta ahora la producción germana de energías renovables alcanza el 50%. La meta es escalar al 80 para 2030.

Considerando el conflicto que se vive con Rusia, algunas voces proponen postergar el cierre de las 3 últimas centrales nucleares o incluso, reabrir las otras tres cerradas. Pero esta idea plantea toda clase de inconvenientes.

Uno de ellos es que la crisis del gas ruso afectará esencialmente a la calefacción de los hogares y también a la industria. Pero las centrales nucleares producen electricidad, por lo tanto, sería necesario una reconversión de los sistemas hogareños e industriales del uso del gas a la electricidad.

Otro escollo significativo tiene que ver con los elevados costes que deberían asumir las empresas nucleares para reactivar o mantener el actual funcionamiento, porque todo está calculado para su cierre definitivo en diciembre.

Además, hay que considerar que las plantas que aún siguen funcionando solo suministran el 3% de la electricidad alemana, lo cual deja en evidencia la baja incidencia que tiene en la demanda nacional. En lo inmediato la planificación está dirigida a ejecutar un firme y masivo plan de ahorro en el consumo del gas en los meses invernales, y la compra de otro gas como el licuado que llega en buques metaneros.

Nadie discute que la decisión germana ha sido osada, y en respuesta a su elevado compromiso contra el cambio climático, a pesar de ser una de las economías más industrializadas del mundo.

¿Podría pensarse que los alemanes son atropellados para tomar decisiones? No. ¿Quizás improvisados e imprudentes? Tampoco. Son racionales, reflexivos y trabajan por el mejor futuro para su gente a largo plazo. Una mentalidad positiva para observar con mucha atención.

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