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El ancla y el trampolín

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Me detuve en un semáforo y un hombre me ofreció curitas. Justo necesitaba, así que le compré. -Gracias, me dijo y aclaró: -Le digo gracias por comprarme y porque es la primera vez que alguien me sonríe en todo el día.

Ese brevísimo encuentro -lo que dura una luz roja- me alegró el corazón y si quedó en mi recuerdo fue precisamente por ser un hecho excepcional. Cada vez es más común que cuando te abordan en la calle, desarrolles desconfianza y veas al otro como una versión degradada de una persona.

A su vez, el otro te degrada al verte como un surtidor de monedas y no como a una persona. Avenida Italia se ha convertido en una grieta.

¿Es el Estado o es la iniciativa privada (organizaciones de beneficencia, ollas populares, iglesias, etc.) quienes deben atender la pobreza y la desigualdad? Una vez me invitaron a una parroquia donde todos los domingos les daban almuerzo a gente que vive en la calle. Pensé que conversaríamos de algunas cosas en común. El fútbol, por ejemplo. Me interesaba conversar con una mujer. Si se establecía una conexión de confianza, tal vez podría profundizar en temas más personales.

No fue posible. No nos sentamos a comer con ellos ni les llevamos la comida a la mesa. Los comensales se acercaban a una reja y por una pequeña abertura les pasábamos un plato de comida y un pan. Apenas intercambiamos unas palabras.

Sin duda había buena voluntad en los que organizaban estos domingos caritativos, pero esa reja era como la grieta, que está presente hasta cuando se tienden puentes.

La beneficencia es como tratar de sacar el agua con un balde en un barco que se está hundiendo. Nunca iguala al que da con el que recibe.

Si no es la beneficencia, entonces es el estado. ¿Habrá alguna forma de volver a ser un país amable, una sociedad integrada? La buena noticia es que es posible. Somos un país chico, con el nivel de pobreza menor de la región, no empezamos demasiado atrás. En los últimos años hubo un cambio conceptual en las políticas sociales. Ahora tenemos un Ministerio de Desarrollo Social que no intenta mantener la pobreza para que no descienda a extrema, sino que apunta a que esa población logre su autonomía. Para ello los asesores son especialistas en políticas públicas que no ofrecen a la población atendida un ancla sino un trampolín.

El nuevo Mides hace foco en atender las causas de la pobreza además de dar respuesta a las consecuencias.

El ejemplo que me impresiona como más representativo del cambio es que quitaron el tope de ingresos para acceder a la asignación familiar. Antes, si un beneficiario conseguía un trabajo tenía que calcular si el sueldo superaba el tope, perdiendo así la asignación. Ello generaba un incentivo perverso que lo llevaba a la informalidad o a rechazar el trabajo y continuar en la dependencia total.

Ahora puede aceptar un trabajo y continuar recibiendo la transferencia. Un trampolín hacia la autonomía.

Por supuesto que en el largo plazo será la transformación educativa la que acabará con la pobreza. También acabará con la violencia y el delito, porque sin educación, los pobres en lo material se convierten también en pobres en valores humanos.

No es una tarea para un solo gobierno, es la paciencia y la insistencia, sin rendirse.

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