La pasada semana santa comenté aquí una charla que había tenido con mi amigo colorado Andrés sobre el ciclo electoral que nos aprestábamos a vivir. Decía allí que coincidíamos en que se trataba del más importante desde 1984 porque habría de definir el rumbo del país en una encrucijada clave: o ganaba la Coalición Republicana (CR) y se ratificaban así las prioridades y el talante mostrado por este gobierno; o triunfaba este Frente Amplio (FA) que, ya en marzo, se notaba huérfano de sectores moderados (más allá del vaivén pragmatismo-ideología que caracteriza al MPP de Mujica). Nos parecía además que alumbraría una chance internacional relevante para Uruguay, que la CR estaba mejor preparada para tomar que este FA, que pasaba por un Milei seguramente logrando estabilizar Argentina.
Atendiendo a toda esta circunstancia era que Andrés, que nunca había participado activamente en política, había decidido involucrarse en su partido desde un lugar técnico, de manera de aportar su mejor saber para ayudar a su país. En ese sentido también coincidí, ya que un impulso parecido me tenía trabajando por esos meses en la coordinación del programa de gobierno de la precandidatura de Laura Raffo.
Como bien resumió Andrés en marzo: “Se decide el rumbo del país: o seguimos en la senda correcta y en diez años más estamos en 30.000 dólares per cápita, bien rumbeados en prosperidad y desarrollo y, sin contubernios políticos con nuestro horrible vecindario sudamericano populista- narco-izquierdista; o vuelve un FA que es el peor de todos y nos empantanamos en retrocesos culturales y sociales y en alineamientos regionales espantosos”.
Si la ilusión es la esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo, entonces este año político fue el de una gran desilusión. Quizá, por ejemplo, no supe advertir claramente acerca de problemas electorales evidentes: el debilitamiento de Cabildo Abierto que dañaría a toda la CR; un desbalance interno blanco en favor de Delgado que perjudicó la siempre necesaria acción competitiva para ganar; y una arquitectura de partidos chicos que no fue eficiente para abrir un abanico de opciones seductoras, así como ganar bancas parlamentarias.
Sin embargo, lo más frustrante fue que aquel diagnóstico común con Andrés no fue para nada compartido por la inmensa mayoría del país: no solamente porque el FA fue el ganador legítimo y contundente, sino también porque incluso hubo muchas veces en la CR demasiada parsimonia en marcar diferencias con la izquierda. Para muchos el eje de la elección pasó por derrotar al plebiscito por la seguridad social, ya que ganara el FA o triunfara la CR, ningún cambio sustantivo advendría. En este sentido, la elección de alguien de las características de Ripoll como candidata a vicepresidente es muy elocuente de esa voluntad de mostrar una similitud cultural y sociológica con la izquierda.
Recuerdo que Andrés me dijo en marzo que, de perder, “espero que tus hijos tengan prontos los pasaportes italianos para poder en un futuro emigrar con tranquilidad”. A lo que conviene agregar, como escribió Antonio Machado hace más de un siglo, que nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.