Al cumplirse el 24 de abril del 2015, los 100 años del genocidio armenio ordenado por el imperio otomano, predecesor de la Turquía moderna, los fantasmas de la crueldad humana volvieron a sacudir las conciencias.
Al cumplirse el 24 de abril del 2015, los 100 años del genocidio armenio ordenado por el imperio otomano, predecesor de la Turquía moderna, los fantasmas de la crueldad humana volvieron a sacudir las conciencias.
El concepto de genocidio, rechazado por los turcos, ingresó al derecho internacional gracias a la dedicación de Raphael Lemkin, un polaco de origen judío que orientó su vida a luchar contra las horrendas injusticias conocidas en carne propia. La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio es documento de las Naciones Unidas desde 1948. Dos años después se creó el Tribunal Internacional de Justicia para atender los asesinatos en masa que buscan la eliminación de cierto conjunto social, como ocurrió con el holocausto judío y sus 6 millones de muertos bajo la locura nazi. La presión ejercida por la Unión Soviética logró que en la definición de genocidio adoptada por la Convención, se dejara de lado la referencia a “grupos políticos y de otra clase”, para proteger la política exterior anexionista estaliniana, durante la guerra y la posguerra.
Sin embargo, este manejo semántico no puede ocultar los exterminios en la URSS, a partir de la revolución bolchevique impulsada por Lenin y Stalin. Cuanto más se lee sobre la vida y la actuación de estos dos personajes, la fascinación de la maldad debe ser la más firme explicación respecto del éxito de su prédica, sus múltiples seguidores y su vasta influencia política. Mientras prácticamente nadie es capaz de defender a Hitler y sus monstruosidades, los arriba mencionados han sido y siguen siendo venerados por gente ciega y sorda respecto de su perverso accionar y su deshumanización. Para sacarse la venda, bien vale la pena leer algunos libros como la biografía de Stalin por Simón Sebag Montefiore o la de Lenin por Dimitri Volkonov. Este historiador, exgeneral de las Fuerzas Armadas soviéticas, que desmenuzó 3700 archivos hasta entonces secretos, permite una visión distinta a la interpretación de Lenin como un idealista. De sus directivas surgen los grandes campos de concentración, la brutal represión a la iglesia y los medios y el culto a la personalidad. En una carta a Máximo Gorky se lee su desprecio por los intelectuales y la orden de matar a cualquier soldado vacilante del Ejército Rojo, sin necesidad de preguntas.
La extinción de los kulaks, a quienes calificaba como los “campesinos depredadores” era otro de sus objetivos y Stalin, en consonancia con la afirmación de Lenin, que “los paisanos deben pasar un poco de hambre”, puso en práctica las masivas deportaciones hacia los gulags, como parte de un esquema de ingeniería social, causa de terribles hambrunas. Desde 1917, año en que triunfó la revolución de octubre, hasta 1987, se calcula que fueron exterminados 62 millones de personas, sin contar las de la guerra civil y la II Guerra Mundial. El genocidio comenzado por Lenin y continuado por Stalin, utilizó prácticas asesinas que iban desde la privación de agua, comida o higiene, hasta el trabajo esclavo, las torturas, el abandono de personas en lugares inhóspitos, el incendio de las aldeas y la privación de las cartillas de racionamiento.
Un recuento de las matanzas abarca desde la descosaquización (1919-1920), la hambruna del Volga (1921) la colectivización-sedentarización en Kazajstán (1930), la deskulakización (1930-31) el Holomodor en Ucrania (1932-33) donde hubo 7 millones de muertos (la mitad niños), la hambruna del Cáucaso del Norte (1932-33) y el Gran Terror (1936-38). A través de la ley del 1° de diciembre, Stalin llevó a cabo las purgas en el PCUS, el Ejército, el NKVD, (policía secreta), la Administración, la intelligentsia y entre las comunidades religiosas. La política de gigantescas transferencias de poblaciones o deportaciones de las nacionalidades consideradas potencialmente enemigas, comenzada en 1937, concluyó recién después del fin de la Segunda Guerra Mundial.
También en el no muy lejano siglo XX, el continente asiático fue escenario de otros bárbaros genocidios. Conviene leer la biografía de Mao Zedong, por Jung Chang, quien inspirado en la experiencia soviética, consideraba que para alcanzar una perfecta sociedad marxista, la violencia era parte del programa. Las primeras carnicería ocurrieron en la época de la reforma agraria y la supresión de la contrarrevolución. Documentos oficiales publicados en 1948, dan cuenta de que Mao pensaba que era necesario eliminar a 50.000.000 de campesinos. Contrarrevolucionarios muertos fueron más de 700.000, además de 1.300.000 enviados a los campos de concentración y 1.200.000 “controlados”. La etapa del Gran Salto Adelante fue causa de la hambruna china que afectaba principalmente a los “enemigos”. Archivos indican la muerte de al menos 45.000.000 de seres humanos y con la llamada Revolución Cultural, hasta 1.500.000 murieron solamente en la campiña. Los guardias rojos de Mao tenían carta blanca para abusar y matar. En agosto de 1966, más de 100 maestros fueron asesinados por los estudiantes en el oeste de Beijing.
Desgraciadamente, la lista del sangriento siglo XX continúa en Asia, África y Europa central.