Es una realidad que la industria de la construcción en Uruguay es uno de los principales pilares de la economía, con un porcentaje por encima del 50% de la inversión. Asumir un compromiso verde a nivel internacional y fomentar, tímidamente, el desarrollo más sustentable de una de las industrias con mayor inversión en el país parece un saludo a la bandera.
No hay que negar que cada vez son más los proyectos inmobiliarios que abrazan la sustentabilidad y que obtienen las certificaciones internacionales; pero tampoco hay que negar que estamos de 20 a 40 años de distancia de lo que viene ocurriendo en el mundo.
En Uruguay vemos proyectos con certificaciones LEED, en los cuales realmente habría que chequear si cumplen con los requisitos necesarios. La sustentabilidad de un edificio no queda cubierta con paneles solares y aguas de lluvia recicladas.
La arquitectura sustentable es toda un área científica, en constante desarrollo. Existen muchos ejemplos de arquitectos que han logrado resolver de modo muy eficiente la integración de las obras al medio ambiente; Hassan Fathy, Frank Lloyd Wright, más contemporáneos Norman Foster, Kean Yean, solo por citar ejemplos.
La arcilla, la madera, la paja, la piedra son elementos propios de la naturaleza y se integran de manera pacífica al ambiente. Hoy, con la ayuda de la tecnología, estos materiales tienen lo necesario para ser los materiales de construcción del futuro. Debemos dejar de imaginarnos que la sustentabilidad es nada más que edificios verticales con plantas en la azotea.
Pero, para eso, el Estado debe acompañar a nuestros inversores y seducirlos de que acompañen la visión del país y se embarquen para colaborar con la reducción de la huella de carbono. Fomentar las áreas de investigación industriales claves para la arquitectura sustentable; premiando aquellos que apuestan a la disrupción y la novedad. Quienes desarrollan, necesitan que su producto se venda eficientemente y para ello enfrentan principalmente dos factores importantes.
El primero: una oferta cada vez más amplia que termina convirtiendo al mercado en una carrera de precios.
El segundo: El Uruguay es caro, hacer un proyecto sustentable es menos rentable que hacer un proyecto bajo el régimen de la ley 18795, con construcción ¨tradicional¨. Al uruguayo le cuesta adaptarse a la construcción liviana. Falta educación sobre los beneficios y la superioridad de los nuevos métodos.
Solo, como ejemplo, hoy un panel de paja prensada es mucho más eficiente que la pared de cemento, en cuanto a aislación térmica, acústica, sin contar además los beneficios que tiene en la salud de las personas habitar espacios ecológicos.
Muchos inversores se preguntan qué irá a pasar con los beneficios fiscales respecto de la construcción ante el nuevo gobierno. Como abogada especialista en inversiones inmobiliarias, espero que los cambios no sean significativos y que el régimen tal vez llegue a un punto en el que haya que replantearlo. Debemos verlo como una oportunidad para fomentar una industria constructiva con énfasis en el desarrollo tecnológico y aplicación de métodos y materiales sustentables de manera significativa, imponiendo una cultura de cambio y adaptación.
El Estado por sí solo no puede hacer un cambio de paradigma, si no es en compañía de los inversores privados y estos tampoco pueden sin el acompañamiento del Estado. Hay muchas alternativas económica y ambientalmente eficientes, que, a largo plazo, dejarán una huella positiva en el país, de las cuales podremos estar muy orgullosos.