En diálogo con los periodistas en Maroñas, el Presidente Lacalle anunció que no va a asumir la banca de senador para el que fue electo como primer candidato de las cuatro listas más votadas del Partido Nacional, lema mayoritario en la coalición perdedora.
Lamento la decisión.
No contribuye a la vitalidad republicana bordear la prohibición constitucional de “formar parte de comisiones o clubes políticos” y de “intervenir en ninguna forma en la propaganda política de carácter electoral”, encabezar listas sin hacer campaña y, diez semanas después, informar al país que prestó el nombre pero sin compromiso con el cargo. Para crecer en espíritu y en PBI, el Uruguay debe fortalecer constantemente al Parlamento.
En un país que necesita proyecto, vibración y grandeza, eso requiere que, cuando es elegida una primera figura con el bagaje de haber sido gobernante, ejerza el empleo que sus votantes le confirieron.
En las mismas horas, ocurrió un horror. En San Martín y Teniente Rinaldi, un joven de 22 años, que tenía en brazos a su hijita de dos años, fue asesinado con ocho balazos mientras la niña, en estado desesperante, ingresó al CTI del Pereira Rossell con cinco tiros en el cuerpo.
Esta clase de hechos sórdidos hoy a gatas, sí son noticia. Se los comunica en tono apenas descriptivo, casi estadístico. Es que la repetición de las infamias ha ido produciendo acostumbramiento. Hoy somos un país distraído y sin reflejos, incapaz de indignarse con canalladas. Estamos en pleno empobrecimiento del sentir y el pensar colectivo, por silenciamiento progresivo de los estados del ánimo. Achicado y vaciado el concepto de persona, venimos perdiendo la actitud, el gesto y hasta el lenguaje que requiere discurrir sobre brutalidades. Indignarse, condenar y luchar son actos que requieren que cada yo sea sensible y fuerte.
Ahora bien. La endeblez del sentir y del pensar no nos debilita sólo como personas y como pueblo. Además, corroe al humus y la savia de nuestro Estado de Derecho.
Todos repetimos que el Derecho tiene fuentes normativas, pero callamos que el Derecho nace -mucho antes de las leyes y sus vericuetos- como un clamor de las conciencias ante las injusticias, sentido en el pecho por simple amor al prójimo.
No es asunto de profesión, sino de ética y estética de vida. Si no se ve claro es porque se ha puesto de moda presentar al Derecho como un conjunto de normas de regulación social, a manejar con habilidad práctica sin que tenga nada que ver con el sentimiento de justicia que pueda latir en cada uno.
Por ese camino, en vez de vivir el Derecho como la proyección de imperativos íntimos pero comunes, el Derecho aparece como un sistema de imposiciones externas y descarnadas, sin fuentes morales y hasta sin límites de orden público.
Con lo cual, canalladas como herir y asesinar niños pasan a aceptarse como datos a inventariar, en vez de reprobarla con la santa indignación que es germen e impulso de todo Derecho en serio.
Von Ihering enseñó hace más de un siglo y medio que “el Derecho sólo existe como lucha por el Derecho y, por tanto, sólo existe en las personas y los pueblos que cultivan la voluntad”, sin la cual “no florecerá el Derecho”, que “es trabajo incesante no sólo para el poder del Estado, sino también para todo el pueblo”. Por lo cual, es imperioso que volvamos a sentir como propias las llagas y laceraciones que se le infieren a nuestro Estado de Derecho hasta en la persona de nuestros niños, poniendo en valor la raíz de sentimientos y principios que sostienen la democracia y al Estado de Derecho.