La decisión estratégica de llevar a Ripoll como candidata a vicepresidenta del Partido Nacional (PN) tuvo como objetivo seducir a votantes urbanos- metropolitanos; apostar a una identificación con el uruguayo medio desde cierta verosimilitud alejada de la caricatura del blanco presumido; y, a partir de allí, sumar adhesiones provenientes de un universo a priori, afín a las opciones de izquierda. Ante la posibilidad de fuga de votos por causa de su perfil demasiado rupturista, los diques de contención de la Coalición Republicana y, sobre todo, el colorado, debían jugar su papel. El balance final estaba así llamado a ser positivo para todos dentro de la coalición.
Sin embargo, fue una estrategia equivocada. Ripoll había sido hasta muy recientemente comunista, y el comunismo es muy contrario a los valores del PN. Sus feroces golpes contra políticas centrales del gobierno databan incluso de una fecha tan reciente como el 2022. A pesar de sus esfuerzos, no convenció su rápida conversión, que pretendió hacer pasar como una frágil velita a la luz del rayo de San Pablo camino de Damasco. La imposición de Delgado, si bien es posible por ser la decisión personal del candidato muy mayoritario de la interna, se fue resquebrajando: ningún movimiento de masa de desilusionados del Frente Amplio (FA) siguió a Ripoll ,y los 6.324 votos en Montevideo para la lista que la llevaba como primera diputada representaron un fiasco total.
Un partido político selecciona elencos de Gobierno. En efecto, la militancia y socialización de años termina por mostrar quién es quién; qué características adornan a tal para ocupar cuál lugar; qué méritos tiene este que le permiten aspirar a aquello, o qué insuficiencias tiene el otro que lo dejan relegado. Así las cosas, no llega cualquiera a cualquier parte, sino que hay filtros, y en algunos casos muy exigentes. En este sentido, a ningún blanco le hubiera parecido mal que Ripoll recorriera un camino partidario clásico: alguien afín al FA perfectamente puede demostrar que cambió de idea y que sinceramente adhiere a los ideales del PN. Pero eso lleva tiempo, como lo demuestra cabalmente, por ejemplo, el itinerario de la senadora Bianchi.
También por esto la estrategia Ripoll fue un enorme error. Los blancos vivieron como extraño, contraproducente y hasta injusto, que alguien que hasta hace 20 meses era comunista se salteara toda la socialización partidaria y terminara en un lugar de esplendor. Además, el partido que tuvo a Gonzalo Aguirre de vicepresidente se dio cuenta fácilmente de que Ripoll no tenía uñas para los arpegios requeridos por la guitarra institucional. Al final, entonces, ¿qué mérito tenía para ocupar semejante lugar, que naturalmente era para Laura Raffo o, en su defecto, para alguno de los dirigentes de peso que con votos y prestigio acompañaron a Delgado en la interna -Javier García o Martín Lema, por ejemplo-?
Es tradición entre los blancos que cuando un candidato que no es líder (Delgado) pierde, el protagonismo vuelva naturalmente al líder (Lacalle Pou). Y también se sabe que los candidatos a vicepresidente, cuando siquiera son electos al Parlamento, pasan a ser políticamente irrelevantes a más tardar a las dos de la mañana de la noche de la derrota. El error Ripoll costó muchísimo. Lo peor sería que, además, perdurara.