Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” es una frase que se ha hecho célebre y tras ella suele venir la atribución a su autor, Lord Acton. Resulta curiosa la suerte de este historiador inglés decimonónico cuya fama llega a nuestros días casi que únicamente por esa sentencia, muchas veces en versiones simplificadas. Vale la pena entonces, aunque sea en unas breves líneas, detenerse en quien fue el hombre detrás del célebre dictum.
La vida de Lord Acton (1834-1902) coincide casi perfectamente con la de la Inglaterra victoriana. Su obra mas célebre es la que planeó toda su vida y nunca escribió, una Historia de la Libertad que buceara en la origen e influencia de las ideas, especialmente aquellas que dan sustento al liberalismo. Como también le ocurrió a Isaiah Berlin -que también persiguió el proyecto de escribir un gran libro sobre el mismo tema, que nunca realizó- el grueso de su obra está en conferencias, artículos de prensa y en su correspondencia. Reconocido como una de las personas más cultas e influyentes de su tiempo, Acton fue parlamentario, periodista, el principal asesor del primer ministro liberal William Gladstone, pero por encima de todas las cosas fue un gran historiador.
Acton contribuyó decididamente a convertir la historia en una disciplina científica pero, al mismo tiempo, entendía que la explicación de los hechos y los personajes no debía transformarse en su justificación. Pensaba que los juicios morales del historiador debían formar parte de su trabajo, lo que ciertamente lo volvió un gran crítico de la mayoría de los grandes personajes de la historia sobre los que escribió. Para Lord Acton: “La libertad no es un medio para alcanzar un fin político más elevado. Es en sí misma el fin político más elevado.”
Otro de sus rasgos distintivos es que fue seguramente el inglés católico liberal más prominente de su siglo. Fue un católico practicante toda su vida, aunque participó de calurosas controversias dentro de la Iglesia, siendo especialmente crítico de la promulgación de la infalibilidad papal en el Vaticano I impulsada por Pio IX. En buena medida siempre sufrió de la desconfianza de los católicos de su tiempo por sus posiciones políticas liberales y de los liberales por su acendrado catolicismo.
Para Acton el liberalismo y el catolicismo no solo eran perfectamente compatibles, sino que entendía que la revelación cristiana era el episodio más importante de la historia de la libertad. Sus conferencias “Historia de la libertad en la antigüedad” e “Historia de la libertad en el cristianismo” no solo son dos introducciones esenciales a su pensamiento sino dos finos destilados de la enorme cultura y sabiduría de Lord Acton que se leen con mucho provecho en la actualidad.
El espacio se nos va acabando y el tema de la libertad en la historia y su visión sobre la Iglesia católica son temas sobre los que volveremos en las próximas semanas, pero para ir adelantando algo, vale la pena citarlo en sus propias palabras sobre el significado trascendental de la resurrección de Jesucristo: “La nueva ley, el nuevo espíritu, la nueva autoridad, le dio a la libertad un sentido y un valor que no habían poseído en la filosofía o en las instituciones de Grecia o Roma antes del conocimiento de la verdad que nos hace libres”.