El huracán Corina

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Ella fue una de esas neuronas negligentes que mantuvieron el liderazgo opositor dividido y neutralizándose a sí mismo. Expresaba un conservadurismo radical que bloqueaba un gran acuerdo centrista para oponer al chavismo.

Por entonces, lo valioso en María Corina Machado era el coraje que mostraba, como aquel enero del 2012 en el que le dijo en la cara al mismísimo Chávez que “expropiar es robar” y que el país que describía durante las ocho horas que llevaba hablando no existe.

Chávez se limitó a ningunearla y, a renglón seguido, disertó dos horas más. En sí misma, la longitud “fidelcastriana” de aquel discurso en la Asamblea Nacional era una de las tantas pruebas de que Venezuela marchaba hacia un autoritarismo delirante.

Aquella valiente opositora cometería varios errores más, hasta emerger, en el último año y medio, como una Juana de Arco que con gran lucidez táctica y estratégica fue superando todas las trampas urdidas por el régimen.

Primero organizó unas primarias de la oposición en las que logró casi dos millones de votos para coronarse candidata. Cuando el régimen vio que “el huracán Corina” podía barrerlo, recurrió a la más autoritaria y vergonzosa de las tretas: la proscribió, igual que ya había hecho con las demás figuras notables de la disidencia. Y a continuación, regó el escenario electoral de candidatos inventados para dividir el voto opositor.

En la boleta, absurdamente larga y colmada de pequeñas fotos con las caras de los candidatos, el único identificable fácilmente era Maduro, cuya foto se repetía trece veces, ocupando toda la línea superior y varios cuadritos de las siguientes.

En lugar de quedarse pataleando, Machado hizo una jugada maestra: eligió como sustituta a otra mujer, también llamada Corina.

Aunque Corina Yoris era desconocida para los venezolanos, su género y su nombre de pila la haría identificable en la boleta entre los demás candidatos, todos hombres.

El régimen comprendió que no sólo debía proscribir a Machado, sino también a cualquier candidata mujer, con más razón si se llama Corina. Y proscribió a Corina Yoris.

En lugar de rendirse, Machado encontró otro candidato. Como Edmundo González Urrutia era también desconocido, ella se calzó una camiseta blanca manga larga, jeans medianamente desteñidos y zapatillas bien claritas, y no se quitó ese atuendo para que la hiciera bien identificable en las marchas multitudinarias.

Para las multitudes que la recibían en todos los pueblos y ciudades, estaba claro que el candidato era ese señor mayor que iba al lado de María Corina en el palco-móvil.

La proeza de la líder de Vente Venezuela se completa con la creación de un dispositivo anti-fraude que funcionó a la perfección.

Al régimen lo tomó por sorpresa que, cuando empezaba a entender que la diferencia a favor de González Urrutia era inmensa y llevaría tiempo adulterarla, Machado apareciera mostrando las actas que Maduro estaba escondiendo.

Hasta aquí, la ingeniera industrial que corrigió las negligencias del pasado y jugó como una ajedrecista en un tablero electoral inclinado y repleto de trampas, ha vencido a Maduro, dejándolo sin más alternativa que mostrar su naturaleza represiva.

También quedaron mal parados los allegados al régimen. Cristina Kirchner se explayó sobre los dirigentes argentinos que “dicen que hay dictadura en Venezuela” pero enviaron armas a Bolivia para el golpe de Estado contra Evo Morales, y van a la cárcel a visitar genocidas.

Por cierto, haber enviado armas a Bolivia fue un acto oscuro y visitar a los autores de crímenes en masa, es repudiable.

La pregunta, sin embargo, es qué está denunciando la ex presidenta argentina ¿los actos oscuros de Macri y de legisladores mileístas, o que digan “que en Venezuela hay dictadura”?

Tampoco resulta claro el reclamo que le hizo al presidente que se proclamó ganador sin mostrar las actas ni los resultados desglosados por mesa electoral. Cristina Kirchner le pidió que, “por el legado de Chávez, muestre las actas”. El problema es que “el legado de Chávez” es Maduro.

También hay ambigüedad en la iniciativa de Lula, Petro y López Obrador. Ninguno reconoció el resultado y es probable que, como confía el gobierno de Joe Biden, Lula procure convencer al régimen de que debe aceptar su derrota y dejar el poder. Pero lo que públicamente propone no tiene sentido: que dialoguen Maduro y González Urrutia para alcanzar un acuerdo.

¿Qué dialoguen de qué? ¿para que acuerden qué? Si se refiere a negociar un pacto de impunidad para que Maduro y su nomenclatura abandonen el poder, la propuesta tiene lógica. Pero si no es para negociar el fin del régimen, la propuesta carece de sentido.

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