Escuchando a Miguel Brechner esta semana y leyendo a Isabelle Chaquirand en estas páginas, me surgieron algunas ideas sobre el ideal meritocrático sobre los que pienso que vale la pena reflexionar.
Siento que hay mucha confusión a la hora de hablar sobre “la meritocracia”. La primera gran confusión es sobre qué implica estar a favor. Creo que hay un abismo entre lo que representa un enfoque positivo para comprender cómo la sociedad funciona efectivamente, de lo que representa normativamente el ideal meritocrático.
Definir la meritocracia no parece simple. “Cracia” significa gobierno y la RAE define “mérito” como el derecho a recibir reconocimiento por algo que uno ha hecho. En resumen, la “meritocracia” sería un sistema en el que es mérito de las personas el que determina el reconocimiento que las mismas deben recibir.
Meritocracia, sin dudas, surge en oposición al antiguo régimen donde el lugar que una persona ocupaba en la sociedad se justificaba enteramente por el privilegio de cuna. Así era que la nobleza transmitía sus privilegios a sus hijos y la sociedad funcionaba con estamentos inmutables sobre los que cada ser humano poco podía hacer para cambiar su suerte. Creo que todos estaremos de acuerdo con que como principio de justicia, la meritocracia parece mucho más razonable.
El ideal meritocrático no se choca con la defensa de la igualdad de oportunidades. Todo lo contrario, a ambos principios los mueve una misma concepción liberal en la que todas las personas deben tener los mismos derechos formales, en los que las políticas públicas pueden perfectamente estar al servicio de despejar las diferencias que no dependan de cada individuo, pero en la que, finalmente, el esfuerzo, las virtudes y los talentos juegan un papel insoslayable. No solo por la concepción de justicia que entrañan en sí mismas, sino porque es la forma en que toda la sociedad se beneficia del aporte de cada ser humano.
Es, en definitiva, el “ideal meritocrático” que promueve el esfuerzo y la educación como valores y posibilitadores de ascenso social. La movilidad social ascendente está en la base del funcionamiento de toda sociedad sana, desde que hemos encontrado los arreglos institucionales para alcanzar el desarrollo, no hace mucho más de dos siglos.
Claro que no vivimos en una sociedad puramente meritocrática, claro que la suerte juega un papel enorme en las oportunidades y beneficios de que disfrutamos. Pero esto no puede nunca implicar descartar completamente el ideal meritocrático. Entonces, ¿cuál es la alternativa?
Descartemos que nadie está pensando en volver al antiguo régimen ni tampoco en imponer una sociedad de castas. ¿Qué proyecto de organización social se nos propone?
Una sociedad en que se combina la democracia liberal con la economía de mercado, fundada en el buen funcionamiento de un Estado de Derecho sólido y buenas políticas públicas que permiten que cada persona puede desarrollar su potencial más allá de dónde haya nacido, parece combinar de la mejor forma posible lo normativo con lo positivo. Vale decir, el “ideal meritocrático” con el reconocimiento de las diferencias sociales que inevitablemente existen. Brindar la posibilidad de que cada persona progrese con base en su esfuerzo nos permite contemplar un ideal de justicia que creo que la inmensa mayoría de los uruguayos compartimos y que es posible alcanzar.