Luciano Álvarez
A principios de 1906 dos ingleses llegaron a Montevideo. Charles W. Bayne, el nuevo Administrador General del "Ferrocarril Central del Uruguay", traía consigo a un asistente llamado Leonard Crossley. Cuando hicieron el primer recorrido por los talleres de Peñarol, el joven funcionario quedó entusiasmado al saber que la empresa tenía un cuadro de fútbol, más aún cuando vio la cancha, situada del lado Norte de los talleres, cercada con alambrado de cinco hilos, baños modernos y palco para damas.
El equipo, al que todos llamaban Peñarol, estaba dirigido por los más altos funcionarios de la empresa pero en la cancha se abolían las jerarquías. En él habían jugado empleados de alto y mediano rango administrativo, como Arthur W. Davenport, Edmundo Acebedo, Juan Pena y Julio Negrón, ingenieros como John Woosey y Percy Segfield, jefe de Talleres, y simples obreros como el maquinista James Buchanan.
Leonard Crossley no perdió tiempo y corrió a ofrecerse para jugar como "goalkeeper". Fundamentó su pedido diciendo: "Yo jugaba en segunda división profesional en Londres. Un sábado, después de un partido, se me acercó un caballero, me felicitó por mi juego y lamentó que no fuera diez centímetros más alto. De lo contrario debutaría inmediatamente en primera división, en el Everton. Por eso estoy en América, señor, por diez centímetros de menos".
Inmediatamente fue incorporado al equipo en calidad de suplente de Pancho Carbone, el invicto campeón de 1905.
Al año siguiente, Ceferino Camacho fue nombrado capitán y puso a Crossley en el arco: "Sin consultar a nadie lo puse en el team en lugar de Pancho Carbone. ¡Cuántas discusiones! ¡Cuántos reproches y cuántos insultos! Pero yo creía firmemente en la superioridad de Crossley y me mantuve firme. Al entrar a la cancha me silbaron. Luego… Crossley hizo un match brillante. Realizó cosas increíbles. Y los mismos que me insultaban -me insultaban por amor a Peñarol- corrieron a felicitarme cuando terminó el encuentro."
Desde entonces, su técnica, valentía y personalidad, le ganaron el favor de los hinchas. "dueño de una modalidad brillante, ágil cómo una ardilla -cuentan los hermanos Magariños- Crossley resultó para Peñarol (…), una especie de mascota. Sus maravillosas atajadas entusiasmaban hasta el delirio."
Crossley introdujo novedades, que vistas a más de un siglo de distancia cuesta creer que no hayan nacido con el fútbol mismo. Su contemporáneo Cayetano Saporiti, arquero de Wanderers y la selección explicó que "hasta la llegada de Crossley, los arqueros trataban de alejar el peligro a puñetazos y a puntapiés. (…) Había que cuidarse mucho de las embestidas de los contrarios, no siendo difícil que en más de una ocasión fuéramos a dar al fondo de la red junto con la pelota y el centrodelantero adversario". Crossley atajaba la pelota, la detenía con las dos manos o la embolsaba; se arrodillaba para recoger los tiros rastreros. Además, la sacaba hacia un compañero en vez de simplemente patearla; todas novedades. Su magisterio fue decisivo y heroico.
Más de una vez fue retirado del campo desmayado o herido. Repasando la integración del equipo carbonero en aquellos años pueden constatarse sus reiteradas ausencias a causa de las lesiones ocasionadas por la violencia de los rivales. Incluso en una ocasión corrió el rumor de su muerte.
El 16 de mayo de 1909, ante 1.500 personas, en Peñarol, los locales enfrentaron al Montevideo, equipo de la colectividad alemana. Existía, entre ambos, una vieja rivalidad caracterizada por "juegos violentos y finales tormentosos", anunciaba un diario de la época. En el correr del partido, Alfredo Schroeder, del Montevideo lesionó gravemente a Crossley. "Tropezó con mi rodilla -se defendió el agresor- es lo más probable, porque desgraciadamente mis fuerzas no son escasas y el golpe que puede haber recibido Crossley debe haber sido bastante rudo". La liga lo sancionó desafiliándolo.
El partido continuó, pero inmediatamente corrió el rumor de la muerte de la estrella aurinegra y los hinchas reaccionaron con violencia. La Razón publicó: "Nos aseguran varios jugadores del Montevideo, que después del lamentable percance ocurrido a Crossley (…), fueron víctimas de las más mordaces invectivas y de los más acerados insultos y amenazas. Para completar la "hazaña", un sinnúmero de parciales, haciendo gala de un fanatismo que espanta, esperó la salida del tren que conducía a los jugadores de regreso a esta ciudad para hacerles blanco de una granizada de piedras".
Crossley se recuperó y siguió atajando en el cuadro de Peñarol. El 14 de diciembre de 1913, la directiva había sancionado a la mayoría de los jugadores, por un acto de indisciplina, y presentó, ante Nacional un equipo de suplentes, salvo Crossley. El partido, jugado frente a siete mil espectadores, terminó empatado en dos goles y le dio el campeonato a River Plate. Crossley, que ya había superado los 30 años jugó estupendamente. En la noche anterior, el mismo Crossley, como dirigente, había participado de la Asamblea que terminaba de desvincular al club del Ferrocarril Central. Jugó hasta 1916 y al año siguiente fue declarado socio honorario de Peñarol; integró los cuadros dirigentes durante varias décadas; llegó a ser tesorero del club en 1935-1936 y uno de los fundadores del Colegio de Árbitros.
Sus aportes fundamentales para la evolución del fútbol uruguayo, le habrían bastado para "merecer el bien del deporte y un lugar de preferencia en la historia del fútbol nacional" -escribió César L. Gallardo-. "Pero si a ello se agrega la caballerosidad de sus actitudes dentro y fuera de las canchas; el respeto por los adversarios y el reconocimiento de las victorias que éstos alcanzaron en una leal aplicación del `fair play` (…)y la simpatía que irradiaba no obstante su afán de pasar inadvertido al abrigo de una modestia sin afectaciones, se configura una personalidad de singularísimo relieve".
Leonard Crossley, el maestro que nos legó Inglaterra, por diez centímetros de menos, falleció en 1958.