Al presidente Luis Lacalle Pou le quedan poco más de 800 días para concluir su mandato.
Después de haber liderado mejor que ningún otro líder latinoamericano la emergencia sanitaria del coronavirus, acaba de presentar una ambiciosa estrategia de innovación científico-tecnológica que puede transformar radicalmente el perfil productivo del Uruguay. No sería cambiar de rubros, sino agregarles muchísimo más valor económico. Es lo que anunció recientemente ante 1400 empresarios, emprendedores e inversores de 40 países que se dieron cita en Punta del Este, durante la conferencia Test & Invest, organizada por el BID y el Ministerio de Industria.
En medio de una vertiginosa Cuarta Revolución Industrial que está obligando a todas las industrias y sectores en el mundo a evolucionar velozmente para no perecer, el presidente expuso una visión estratégica que puede ser su gran legado para el futuro del país: “La vocación de mi gobierno es convertir a Uruguay en un hub de innovación tecnológica regional e internacional. El mundo se achicó. La globalización y la tecnología han convertido al mundo en un pañuelo. El concepto TestUruguay que impulsamos significa hacer de nuestro país un polo de innovación donde empresas y emprendedores uruguayos y de otros países puedan probar sus ideas y hacer prototipos antes de lanzarlos al mundo, en un ambiente seguro, apalancados en nuestra experiencia, infraestructura y talento humano”.
El ministro Omar Paganini presentó el plan elaborado durante meses por los ministerios de Industria y Economía, con el apoyo de Uruguay XXI y el BID. Se creará un moderno Campus de Innovación en el LATU donde esperan que interactúen start-ups locales y extranjeras; aceleradoras de otros países que ayuden a escalar e internacionalizar las iniciativas, fondos de capital de riesgo público-privados que financiarán los proyectos; y laboratorios de innovación abierta como los que ya instalaron Microsoft, Newlab, UTE y Antel (este último permite hacer pruebas con 5G). Habrá un espacio especial para científicos interesados en incubar empresas de biotecnología en base a sus hallazgos en salud humana, ambiental y animal y agronegocios.
“Es un programa ambicioso que busca dar un salto en nuestro desarrollo, aprovechando el momento en que Uruguay se destaca”, dijo el ministro Paganini. “Somos pocos pero podemos hacer cosas grandes”.
La ministra de Economía Azucena Arbeleche explicó al auditorio que Uruguay aspira a alcanzar la neutralidad en emisiones de CO2 en el año 2050. Tiene una precisa hoja de ruta para desarrollar el hidrógeno verde y así descarbonizar la producción industrial y el transporte.
Carolina Gutiérrez, desde el ministerio de Industria diseñó la estrategia de innovación. Como directora ejecutiva del programa deberá coordinar una implementación que involucrará a varios ministerios a la vez, bajo el paraguas de la ANII. “Lo primero que hicimos fue analizar en qué áreas de innovación Uruguay tiene ventajas competitivas y decidimos enfocarnos en tecnologías digitales, sustentabilidad o green tech y biotecnología. Vamos a estructurar un fondo de fondos público-privado con una tesis de inversión muy clara”.
¿Por qué es importante el programa que anunció el gobierno? Porque no existe ningún país desarrollado que no sea protagonista de la llamada economía del conocimiento. Uruguay puede aspirar a serlo. Seguir los pasos de Irlanda, Israel, Corea del Sur, Estonia, Islandia, Singapur, Finlandia y tantas sociedades mucho más pobres hace medio siglo, que multiplicaron varias veces su PBI en pocas décadas. ¿De qué otra forma podría Uruguay solucionar la pobreza infantil que hipoteca su futuro y ronda el 20% de los menores de 18 años (el doble de la tasa general) si no es produciendo y exportando más y mejores bienes y servicios? ¿Y cómo podrá evitar, por otra parte, que los jóvenes mejor formados emigren por falta de oportunidades atractivas?
El riesgo de no dar un “salto” en su matriz productiva es grande aunque no lo parezca. En el mundo todos los sectores están enfrentando cambios “disruptivos”. El campo hoy se concibe como una gran fábrica verde capaz de generar no solo alimentos sino energías renovables, nuevos materiales que sustituyan el acero y el cemento, fármacos naturales y proteínas vegetales que reemplacen a la carne animal. Industrias tradicionales como la automotriz y la financiera corren detrás de start-ups y compañías digitales que ofrecen soluciones más sustentables, seguras y accesibles. Los servicios tampoco tienen fronteras, como lo demuestran los tres unicornios uruguayos: PedidosYa (plataforma N° 1 de gastronomía y envíos regional), dLocal (tecnología para pagos electrónicos global) y Nowports (agente de cargas digital líder en la región).
Ningún país en Latinoamérica ha puesto a la innovación científico-tecnológica como motor de su transformación productiva. Por eso década tras década se agranda la brecha entre el mundo desarrollado y nosotros. Uruguay puede ser el primer pequeño gigante que se suba finalmente al tren bala de las sociedades prósperas.
No estaría improvisando porque tiene una trayectoria de importantes logros detrás suyo: 98% de su electricidad es de fuentes renovables; tendido de fibra en todo el país; líder regional en gobierno electrónico; pionero en educación y tecnología, el Plan Ceibal permitió a los docentes llegar a casi todos los alumnos del país y todos los hogares de forma remota durante la pandemia. Sus científicos dieron soluciones rápidas y eficaces ante la pandemia y obtuvieron un gran reconocimiento internacional.
El atractivo programa anunciado por el presidente Lacalle Pou recoge lo realizado por sus predecesores y desafía a su país a convertirse en un jugador de talla global. ¿Si en 1950 Uruguay ocupaba el puesto 23 en el ranking de desarrollo mundial medido en ingresos por habitante, por qué no podría dejar de ser un país “en vías de” para convertirse en una nación desarrollada en veinte años? Emprender ese camino puede ser un gran legado y un ejemplo para Latinoamérica.