En la previa a las elecciones departamentales de 2010, Raúl Sendic lanzó una sentencia temeraria respecto a las posibilidades que tenía el Frente Amplio para volver a ganar en Montevideo. “El triunfo está asegurado. Aunque llevemos una heladera o un ropero de candidato, ganamos las elecciones”, aseguró. Su vaticinio se cumplió y Ana Olivera fue electa Intendenta.
La capital del país eligió al citado electrodoméstico y demostró que Sendic, en esta, no la había pifiado. Que el Frente Amplio, en Montevideo, contaba con una fuerza electoral suficiente para ganar las elecciones más allá del candidato que pusiera al frente.
Afilados por esa certeza a nivel departamental, se presentaron en 2019 con Daniel Martínez, un candidato que bien podría haber ocupado la vidriera de cualquier comercio de electrodomésticos. Y que encima, para coronar la hazaña, eligió como vice a Graciela Villar. La heladera y el ropero de Sendic en una misma fórmula.
Con esa dupla, la fuerza del partido, en la que tanto confiaba el Frente Amplio, no fue suficiente para que Martínez llegara a la presidencia y perdió el balotaje contra Luis Lacalle Pou, que si bien hoy es la figura política más importante del país, en 2019, como candidato, no era la gran cosa.
No obstante el bruto changüí dado, el FA logró imponerse a nivel de Montevideo. La capital volvió a elegir una heladera y fue el voto del interior el que acabó poniéndole la banda presidencial a Lacalle Pou. Algo similar ocurrió el domingo pasado.
La coalición de izquierda creyó que podía ganar el gobierno a pesar de Yamandú Orsi. Puso al partido por delante y escondió al candidato, haciendo el cálculo errado de que ya contaban con los votos para ganar, seguramente en primera vuelta, y que Orsi, si le daban la oportunidad, lo que haría sería perderlos en una sangría inevitable. Entonces no lo dejaron ir a los programas periodísticos, le impidieron debatir y le escribieron cada una de las palabras que debía pronunciar en público. Aun así, Orsi peludeó tantas veces como le fue humanamente posible, se granjeó los apodos de Tribilín y Cantinflas y no logró la victoria en primera vuelta. De todos modos obtuvo el 52% de los votos montevideanos, confirmando que en la capital, la sentencia de Sendic sigue vigente. Pero el resto del país volvió a mostrar que no quiere heladeras.
Un país que se ha caracterizado por sus líderes cultos, formados, con intelectos por encima de la media, no puede elegir para Presidente a un personaje inventado y dirigido desde las sombras. El fanatismo capitalino es una cosa y el Uruguay pensante es otra.
Por el otro lado, Álvaro Delgado no tendrá el carisma ni la polenta que han convertido a Lacalle Pou en eso que Orsi alucinó en el vecino Alberto Fernández: un clase A de la política. Un gobernante que, luego de una pandemia mundial, una seca machaza, llega al final de su mandato con una enorme popularidad. Delgado no tendrá el encanto de Luis, decía, pero el domingo la ciudadanía lo puso en el balotaje, reconociendo la buena gestión de un gobierno en el cual cumplió un rol de relevancia. Y sobre todo no se escondió abajo de la cama ni atrás de nadie. La coalición republicana tuvo la decencia de ofrecerle al pueblo la posibilidad de saber a quién estaba votando. Y no le puso una heladera cuyo contenido se oculta. Probablemente porque esté podrido.