En Baviera y en Madrid volvió a asomar el mundo partido de la Confrontación Este-Oeste. En las cumbres del G-7 y de la OTAN empezó a verse con nitidez el nuevo “cordón sanitario”.
Tras la Primera Guerra Mundial, Clemenceau tomó ese término que la medicina usa para llamar a las barreras de contención de las enfermedades infecciosas. Aquel primer ministro francés lo utilizó para describir el sistema de alianzas que proponía con el objetivo de contener la expansión del comunismo soviético en Europa.
La OTAN fue la expresión más acabada del cordón sanitario en el hemisferio norte y, por la victoria de Mao Tse-tung en China, se extendió al Pacífico Sur y al Indico a través de la SEATO (Organización del Tratado del Sudeste Asiático) que asoció en una alianza militar a Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña con Australia, Nueva Zelanda, Pakistán, Tailandia y Filipinas.
Así quedó partido el mundo desde 1955 hasta que el entendimiento que tejieron Nixon y Kissinger con Mao y Chou En-lai empezó a disolver la SEATO. Pero en las cumbres del G7 y de la OTAN, realizadas en Alemania y España, las potencias de Occidente y sus principales aliados del hemisferio sur han vuelto a trazar la línea que divide al mundo. La diferencia con el cordón sanitario es que ahora no pretende contener expansiones ideológicas, sino influencia global y expansionismo territorial. Otra diferencia es que este cerco tejido con alianzas políticas, económicas y militares avanzar a mayor velocidad.
El anterior documento llamado Concepto Estratégico fue redactado hace apenas doce años y en él no se menciona a China, mientras que al estado ruso se lo considera un “socio estratégico” de la alianza atlántica.
Finalmente, la diferencia que aporta la mayor complejidad: tanto la Rusia soviética como la China maoísta eran economías colectivistas de planificación centralizada casi totalmente desconectadas de las principales economías occidentales, mientras que las actuales Rusia y China son capitalistas y tienen frondosos y profundos vínculos económicos con el mundo entero.
De hecho, China implica el mayor ingreso en exportaciones para Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. La recesión que padeció Japón hace una década porque China redujo las importaciones debido a la disputa sobre islas del mar que se extiende entre ambos países, es un recuerdo paralizante para los aliados de Washington en la región a la hora de confrontar con el gigante asiático. Pero las cumbres del G7 y de la OTAN avanzaron en la convicción de que lo inmediato, que es la invasión rusa a Ucrania, está relacionado a un desafío aún mayor: contener el plan estratégico de China para liderar el mundo.
Esa contención tiene que ver con la expansión territorial del gigante asiático y también con el plan para extender su influencia hacia los otros continentes mediante acuerdos basados en la infraestructura, en el marco de la Nueva Ruta de la Seda.
La contención estratégica de la República Popular China es la cuestión mayor, aunque lo urgente para las potencias occidentales sea impedir la victoria de Vladimir Putin en Ucrania, o limitarla lo máximo posible, fortificando el cerco geopolítico sobre Rusia para disuadir al Kremlin de realizar nuevas guerras expansionistas.
La pulseada que se está librando con Rusia es una muestra a escala menor de las dificultades que implicaría hacer lo mismo con China, si la superpotencia asiática atacara a Taiwán.
Las sanciones económicas contra Rusia aún no han detenido la maquinaria militar que ataca a Ucrania, pero ya están haciendo sentir su peso en la economía de los países que las aplican.
Las sanciones sirven si el efecto debilitador paraliza al país sancionado antes de entumecer las economías de los sancionadores. Esa utilidad aún no ha sido demostrada.
Si tuvieran que aplicar un paquete similar de sanciones a China, en caso de que Xi Jinping decidiera avanzar militarmente sobre la isla de Taiwán, el costo para las potencias occidentales sería aún mayor, por el peso que tiene el gigante asiático en sus economías.
La OTAN y el G7 han comenzado a plantearse lo que implica la nueva partición del mundo. De momento, lo que parece esbozarse es el lanzamiento de un sistema de alianzas de cooperación norte-sur para la creación de infraestructura. Algo así como una contra-Ruta de la Seda.