El “no presidente” Alberto Fernández

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claudio fantini
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Por situarse en un “No Lugar”, Alberto Fernández se convirtió en un “no presidente”. Para entender la deriva del gobierno argentino es útil recurrir al concepto de Marc Augé, adaptándolo a la extraña circunstancia.

El antropólogo francés recurrió a la noción de “No Lugar” para referirse a los espacios transitorios, impersonales, por donde la gente transita de manera circunstancial. Los ejemplos clásicos son los shoppings y los aeropuertos.

Como contracara, Augé habla de “Lugar” como espacio antropológico. El Lugar tiene entidad propia, posee identidad, por lo tanto se habita y se vivencia en lugar de meramente transitarse.

Como contracara del Lugar antropológico, el “No Lugar” carece de identidad y no refiere a nada en especial.

Alberto Fernández tiene como opciones dos “lugares” contrapuestos, pero recurrentemente elige permanecer en su “No Lugar”, el espacio sin identidad en el que se convierte en “no presidente”.

Las opciones son la emancipación total o la sumisión total, pero él insiste en convertir la “o” en “y”, que implica optar por la nada porque se trata de un oxímoron, un imposible.

Ocurre que no se puede ser emancipado “y” sumiso al mismo tiempo. Se es una cosa “o” la otra.

El grupo de leales que lo acompañó en la gestión y que Alberto fue tirando por la borda por sucesivas órdenes de Cristina Kirchner, tenía la esperanza de que se atreviera a emanciparse totalmente de la vicepresidenta, formando un gabinete propio para gobernar buscando acuerdos puntuales con las distintas bancadas del Congreso.

Al comenzar la pandemia ensayó un lugar propio al consensuar políticas sanitarias con Horacio Rodríguez Larreta y con los gobiernos provinciales. Ese lugar propio era un puente de entendimientos supra-partidarios. Lucía bien sobre ese puente, pero Cristina le ordenó dinamitarlo mediante la quita de coparticipación federal al gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, gobernado por la oposición.

Desde entonces, la autoridad de Alberto fue desgarrándose a girones ante cada embestida de la mujer que lo hizo presidente. Cristina fue convirtiéndose en una suerte de Pac-man dedicado a devorar el poder del presidente, y Alberto le fue entregando cada porción reclamada por ese ente tan voraz como el videojuego diseñado por Toru Iwatani.

El último tarascón le devoró lo único que le quedaba como vestigio de autoridad: el ministro de Economía que él había elegido. Para defender con éxito su último bastión, tenía que darle a Martín Guzmán los instrumentos que le pedía para ejercer su función. Pero como echar a los funcionarios puestos por Cristina con la misión de sabotear al ministro, habría implicado sublevarse ante la vicepresidenta, el mandatario mantuvo a Guzmán en la trinchera pero sin armas para defenderse del bombardeo kirchnerista.

Lo que hace Alberto Fernández desde que cumplió la orden de dinamitar la política pontificia que instrumentó al comenzar la pandemia, es capitular ante cada ataque de Cristina. En lugar de emanciparse del todo como le reclaman sus leales, o someterse totalmente como le exige el kirchnerismo, elige rendirse en cuotas.

Lo que está presenciando estupefacta la Argentina, es la última de esas capitulaciones ante la impiadosa vicepresidenta.

En la rendición tras la batalla en la que perdió su ministro más preciado, aceptó darle el Ministerio de Economía a una funcionaria kirchnerista. Pero le ordenó a la flamante ministra mantener el rumbo trazado por Martín Guzmán.

Como perdida en la niebla, Silvina Batakis demora en formar su equipo y formular anuncios, pero lo poco que balbuceó ante la prensa sonó lo suficientemente razonable como para que Cristina Kirchner iniciara su asfixiante presión. El Instituto Patria, los diputados cristinistas y la propia vicepresidenta lanzaron la iniciativa del “salario básico universal”, lo que equivale a sacudir los mercados y poner histérica la economía para condicionar a la nueva ministra.

El gobierno gira sobre un disco rayado. Y así será mientras Alberto Fernández siga chapoteando en las medias tintas, en lugar de emanciparse del todo o someterse totalmente.

Tanto la emancipación total como la sumisión total son lugares, espacios antropológicos en el sentido que les da Marc Augé. Pero el inquilino de la Quinta de Olivos sigue parado en un “No Lugar”, inmóvil, convertido en un “no presidente”.

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