El Nobel que defraudó a Milei

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Si no hubiese hecho insinuaciones de merecer el Premio Nobel y si no hubieran planteado públicamente lo mismo desde funcionarios de su gobierno con propensión a la obsecuencia, como Daniel Scioli, hasta dirigentes ultraconservadores europeos que actuaron como lobistas en su favor, no habría tenido un impacto negativo sobre Javier Milei que tres economistas del hemisferio norte recibieran la máxima distinción en el terreno de la Economía.

El problema es que el presidente argentino se auto-postulaba con sus insinuaciones. Eso lo dejó como derrotado, sobre todo ante los muchos que veían su pretensión tan absurda como si se considerara merecedor del Nobel de la Paz, el de literatura o el de Física.

Por eso para Milei la decisión del Comité Nobel fue una mala noticia por partida doble. Por un lado, defraudó su expectativa de ganarlo, y por otro lado los galardonados expresan una posición radicalmente diferente a la suya.

Los autores del libro “Por qué fracasan los países”, Daren Acemoglu, y James Robinson, además de Simon Johnson, recibieron la máxima distinción por sus investigaciones sobre el desnivel en el desarrollo de los países y lo que implica el autoritarismo y la desigualdad social como ancla que impide el crecimiento sostenido y la prosperidad de las naciones.

La imagen de Milei auto-promoviéndose como merecedor del premio, quedó un poco ridiculizada por la decisión final del Comité Nobel. De por sí sonaba un poco ridículo que un presidente se postulara a sí mismo.

El segundo mal trago fue que, además, los ganadores representan una mirada opuesta a la suya.

Si no fuera por sus visibles, la noticia del Nobel habría quedado diluida tras los indicadores económicos que generan triunfalismo en su gobierno, como las caídas del Riesgo País y de la inflación.

Pero terminó siendo la noticia desagradable que recibió Milei a renglón seguido de otra noticia desagradable: el filósofo alemán Hans-Hermann Hoppe lo llamó “showman payasesco”, explicando que “su cosmovisión del mundo tiene la misma sofisticación que la de un estudiante estadounidense de la escuela secundaria”.

También calificó su gobierno de “desastre” y puso en duda “que realmente haya estudiado a Murray Rothbard”.

Este teórico de una filosofía de la ciencia aplicada a la economía, es reconocido como férreo defensor de la Escuela Austríaca.

El Nobel de Economía intenta dar al mundo un mensaje que la comisión noruega considera importante dar en este momento de la historia.

Una etapa en la que poderosos empresarios como Donald Trump y Elon Musk, además de políticos ultraconservadores como Milei, cifran el éxito económico en la libertad ilimitada de las empresas para acumular riqueza, incluso como monopolios situados por encima de los estados nacionales.

En las antípodas, el economista turco-norteamericano Daron Acemoglu y los británicos James Robinson y Simon Johnson, consideran que el crecimiento sostenido es consecuencia de instituciones que evitan la concentración de riquezas, ergo, favorecen la distribución en porciones amplias de la sociedad.

Eso explican en el libro que escribieron en el 2012 Acemoglu y Robinson. Allí sostienen que el éxito o fracaso de los países está determinado por la calidad de las instituciones políticas y económicas, lo que es opuesto al dogma libertario.

Según los laureados, lo que llaman “instituciones inclusivas” porque fomentan la participación amplia y buscan el bienestar de las mayorías, son el instrumento para lograr crecimiento económico sostenido, que es el camino al desarrollo.

Acemoglu y Robinson llaman “instituciones extractivas” a las que concentran el poder político y la riqueza en muy pocas manos, y sostienen que conducen las sociedades al estancamiento.

Más allá de lo que puede estar generando la economía del gobierno de Milei, y de que no refleja totalmente lo que había predicado siempre, el dogma económico que él venera está remotamente lejos de lo que sostienen los ganadores del Nobel.

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