El odio son los demás” es la idea que sobrevuela el discurso oficialista.
Como una sombra oscura, la paráfrasis de lo que dijo Sartre a través de un personaje de su obra de teatro “A Puerta Cerrada”, deposita en el terreno opositor la creación del clima que puso una pistola a centímetros de Cristina Kirchner.
El presidente Alberto Fernández fue el primero en señalar en “el otro” la culpa de lo sucedido. Con la velocidad del rayo, los discursos y pronunciamientos del oficialismo empezaron a insinuar que los argentinos se dividen entre quienes aman a Cristina y los que odian. Esos, además de odiarla a ella, odian.
En esta delirante versión del maniqueísmo, en una vereda está el amor y orbita en torno a la vicepresidenta, y en la vereda opuesta está el odio. Un odio oscuro y viscoso irradiado por el discurso de dirigentes opositores y por los medios de comunicación críticos.
En este nuevo relato, todo lo que no es amor a Cristina, es odio. En el razonamiento que disparó la pistola de la que no salieron balas, el odio, como el infierno señalado por Sartre, “son los demás”.
Tan burda como peligrosa es la maquinación puesta en marcha la mismísima noche en la que un arma magnicida irrumpió en la vida de los argentinos.
Los autores de “el odio son los demás” fueron los que, durante el gobierno de Néstor Kirchner, descubrieron en los libros de Ernesto Laclau la dialéctica “amigo-enemigo” que desarrolló, como instrumento de demonización de un “otro”, el gran jurista y teórico alemán Carl Schmitt, cuya obra inspiró a ideólogos del nazismo.
Señalar en opositores y críticos patologías y oscuridades propias, es un modus operandi de los diseñadores del escenario en el que se desarrolla “el relato”.
Algunos viejos socialistas y anarquistas en los años ´60 y ´70 ponían en duda que el término “gorila”, usado por el peronismo para llamar despectivamente a los anti-peronistas, haya surgido como lo explica la versión oficial.
Aceptaban esos veteranos izquierdistas que los peronistas lo habían tomado de la cancioncita jocosa de un programa radial que tenía por estribillo la frase de Clark Gable a Ava Gardner cuando ella, asustada por un fuerte rugido, se arroja a los brazos del cazador de animales africanos, quien la tranquiliza diciendo: “calma, deben ser los gorilas”. Pero aclaraban que, antes de la película Mogambo y del programa La Revista Dislocada, eran los socialistas y los anarquistas quienes llamaban gorilas a los matones y a los rompehuelgas con que el peronismo corría de las asambleas sindicales a los izquierdistas que no adherían al liderazgo del general Perón.
La oposición actual siente que el kirchnerismo convirtió en sistemático lo que aquellos socialistas y anarquistas reprochaban al PJ cuando se atribuían haber llamado “gorilas” a los fornidos matones gremiales que los maltrataban.
El modo de operar consiste en atribuir a los rivales los rasgos negativos propios. La última muestra de esta estrategia es la acusación a opositores y medios de comunicación críticos de generar “odio” contra Cristina Kirchner y contra el peronismo, que es el escudo protector de última instancia que, después de décadas de indiferencia, está usando desde que los fiscales presentaron una dura acusación y reclamaron una durísima condena contra ella.
Los que reciclaron vía Laclau el “nosotros y ellos” con el que Carl Schmitt planteaba la política, no en términos de aliados y adversarios sino de amigos y enemigos, son los que ahora se adjudican el amor mientras denuncian el odio.
Por cierto, hay dirigentes opositores que expresan exacerbación y aborrecimiento por la vicepresidenta y por el kirchnerismo. También en los medios de comunicación que no responden al gobierno ni al movimiento que lidera la vicepresidenta, abundan los discursos recargados de adjetivos descalificativos. Los insultos y anatemas ocupan el lugar que debieran ocupar las explicaciones y los argumentos.
En la oposición y los medios críticos sobran síntomas de intoxicación de desprecio. Oposición y medios críticos deben deponer todo tipo de violencia verbal. Pero presentar el fallido atentado como consecuencia del discurso de opositores y de periodistas críticos, parece un intento de persecución política.
Opositores y críticos deben cuestionar y denunciar mediante la explicación y la argumentación, no mediante adjetivaciones. El razonamiento argumental no necesita sobrecargas de adjetivos y frases que destilan desprecio. Y el oficialismo debe deponer las estratagemas propagandísticas para construir victimizaciones propias y demonización del “otro”.