¡Feliz Año!, y que todos puedan disfrutar de unas merecidas vacaciones, posponer algunos temas y distraerse un poco. ¿No les parece?
¿Y con qué podría ayudar yo? Desde ya, no ocupándome del día a día político. Quizá contarles algo y al tiempo responder preguntas de lectores y algunos colegas, sobre lo que pensaba el expresidente Jorge Pacheco Areco (1967-1972) respecto al destino y las limitadas posibilidades políticas de los secretarios de la Presidencia, a lo que he hecho breve referencia en algunas columnas anteriores. Esto es, hablar “del olfato político” del exmandatario.
Pacheco periodista y director de El Día renunció para seguir Óscar Gestido y apoyar la reforma presidencialista. Eso le valió la Presidencia a la muerte de aquel, a fin de 1967.
Pacheco leía los diarios de cabo a rabo y creía en lo que decían; hasta les respondía con hechos invalidando “primicias”, para que que nadie pensara que lo manipulaban, supongo.
Pasó cuando el diario Acción tituló que Carlos José Pirán sería el candidato a la Presidencia para el régimen constitucional vigente. En esas elecciones, del 71, se plebiscitaba un alternativa “reeleccionista” para que Pacheco siguiera por cinco años más.
Pacheco, al día siguiente, nominó la esperada fórmula presidencial, por si no salía la reelección; Juan María Bordaberry y Jorge Sapelli fueron los elegidos para el sistema en vigor.
Sorprendió a todos. Hubo uno que sí lo esperaba: “El gran artífice”.
El resto nada. Ni Glauco Segovia ni los “reeleccionistas” que lo acompañaban cuando hizo el anuncio oficial en la Residencia de Suárez, ante los pocos periodistas que estábamos allí.
No conformó a muchos. Las puteadas del vicepresidente Alberto -el Beto- Abdala se oían desde lejos (Pacheco le había prometido la vice, decía él).
Al día hábil siguiente, Héctor Giorgi, entonces Secretario de la Presidencia, renunció al cargo. Esperaba ser el elegido. Es lo que pensamos todos; todos, menos Pacheco. Este quería saber: ¿por qué?
Cuando eso pasaba, los asesores del presidente recurrían a algún periodista -de los acreditados- para que se lo confirmara.
Como en otras veces -caso del embajador ruso Demidov, por ejemplo- optaron por mí. Yo estaba acreditado por La Mañana, diario riverista, más equidistante, supongo. Mario Renna, Secretario de Prensa, me llamó a su oficina al primer piso del Palacio Estévez. Subo y, al pisar el hall, me topo con Pacheco. Me saluda:
-¿Cómo está? -Pacheco tenía un decir algo gardeliano.
-Bien, presidente.
-Vio lo de Giorgi, ¿qué le pasó? ¿Por qué renuncio?
-Pensaba que Ud. lo iba a elegir a él.
-¿Y a él por qué?
-Era su mano derecha, en apariencia; a los periodistas era quien nos informaba o nos rumbeaba sobre el quehacer del Ejecutivo.
-Sí, porque era el Secretario.
-Era el que más aparecía.
-Sí porque era quien cumplía mis órdenes. Es como la luna, brilla por reflejo del sol; si el sol se apaga, como si el presidente se fuera, la luna desaparece en la oscuridad.
Habría más, he tenido que cortar mucho. En otra se los cuento más largo, incluso con el caso Demidov y además les digo quién fue “el gran artífice”.