El optimismo de la razón

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El próximo domingo se definirá la elección presidencial. Al día siguiente se cumplirán 40 años de aquella lejana jornada de 1984, en que la ciudadanía nos honró (y responsabilizó) con la transición hacia la democracia. Era un tiempo de enormes esperanzas y sobrecogedoras angustias. Ahora el país está en calma, no hay amenazas sobre su institucionalidad ni incubadas crisis financieras. Todos quienes nos miran desde afuera se deslumbran con el Uruguay. Así lo dijo el lunes el periodista argentino Alfredo Leuco en la conmemoración de la Noche de los Cristales Rotos, al subrayar la presencia del presidente, dos expresidentes y el futuro presidente, pues allí estaban las fórmulas en competencia en esta segunda vuelta.

Para nosotros, colorados y batllistas, se nos reedita el destino de votar un candidato blanco, consolidada como está la idea de una Coalición Republicana. Hemos tenido con los nacionalistas diferencias muy importantes en la historia, la lejana y la cercana. Ellas se han ido zanjando, pero todavía persisten, somos sensibilidades distintas. Nuestro internacionalismo y hasta nuestra concepción batllista del Estado no es la histórica del nacionalismo, aunque este haya aceptado la presencia de las empresas públicas. Nuestro laicismo republicano nos ha enfrentado no solo en la historia sino en tiempos más cercanos. De esas diferencias, hoy armonizadas, igualmente surgen puntos de partida distintos, parámetros de análisis diferentes, pero también -y eso es lo que nos mueve hoy- coincidencias que son el núcleo esencial de esta Coalición que hemos propiciado desde el primer día como alternativa a un Frente Amplio al que no se le termina de caer el Muro de Berlín, después de 35 años.

La Coalición representa en primer y fundamental lugar el republicanismo, o sea, la soberanía ciudadana. El Frente Amplio es un partido político, pero lo condiciona y hasta lo subordina una organización gremial, una estructura corporativa proclamadamente inspirada en unas ideas “clasistas”. Ello llega al punto de que cuando acaba de rechazarse por una enorme mayoría un nefasto proyecto sobre seguridad social, la fórmula frentista dice que hay que contemplar a la minoría y en una retorcida contorsión ideológica retorna al punto de partida. Todos sus economistas han estado en contra, la mayoría de sus dirigentes también. La votación ha sido rotunda. Pero el “compañero Abdala”, a quien nadie votó, vale más que el “compañero Orsi”, surgido de una elección interna.

La Coalición asume las reglas de la economía de mercado y dentro de ellas, ha logrado que, pese a una nefasta pandemia, existan hoy 100 mil empleos formales más que en 2019 y el salario real esté un 2% por encima. El Frente entregó el gobierno con un 11% de desocupación ¿Qué le había pasado? Que en sus primeros diez años se benefició de la mayor bonanza de precios internacionales en medio siglo, tuvo dinero para to-do, desperdició a manos llenas en aventuras disparatadas como Gas Sayago, en ensueños socialistas, y cuando en 2015 los valores internacionales volvieron a la normalidad, no tuvo más respuesta. Las únicas inversiones de sus años de gobierno fueron las que se hicieron en la forestación y las Zonas Francas que dejó en funcionamiento el primer gobierno colorado.

¿Justicia social con los resultados educativos que dejó el gobierno frentista? ¿Justicia social cuando el 50% de los adolescentes no termina Secundaria? La Coalición emprendió una Transformación. Recién ha comenzado. La deserción sigue elevada, pero bajó del 60% que era. Y apunta a una enseñanza por competencias, por demostración de saberes, que cambia el paradigma tradicional para aproximarnos a la realidad del despreciado mercado laboral. La propuesta frentista es lo opuesto, no hacer nada, retornar a lo de siempre. Caer en el ideologismo increíble de las Asambleas Técnico Docentes que no proponen formar ciudadanos para esta República y este mundo digitalizado sino inconformes permanentes.

La seguridad pública fue uno de los mayores desastres del Frente y hacia allí volveríamos. No podemos olvidar que la figura mayor de la policía reconoció en aquellos años que íbamos camino a El Salvador, hundidos en la “anomia” de que ya la ley no la cumplía nadie. La misma gente de la época es la que forma el equipo del Frente hoy. Su programa es un galimatías que termina con la impronunciable “desprisionalización” que nos preanuncia ya la nueva versión de la apertura carcelaria del exministro Díaz. Hoy los delitos han bajado. Es un hecho objetivo. Están los números y si ello no ha ocurrido con los homicidios, desgraciadamente es por un narcotráfico que, además, ha añadido una nota de crueldad. Sin embargo, se lucha y se sigue luchando. Basta mirar la prensa para informarse de los cargamentos de cocaína incautados constantemente.

Para no abrumar, terminemos diciendo, que nuestro Uruguay fue, es y será en el mundo un foco de libertad. Que nunca vamos a dudar en condenar una dictadura, sea de derecha o izquierda, porque así como condenábamos a Fidel, también lo hacíamos con Pinochet. Por eso no dudamos en condenar al terrorismo ni nos enredamos, como el Frente Amplio y sus organizaciones asociadas, en argumentos pro-palestinos que terminan siendo complacientes con los asesinos, antifeministas y homofóbicos de Hamás. ¿Cuánto les ha costado reconocer que Venezuela es dictadura? Solo se atrevieron a decirlo después de la farsa electoral y de que el compañero Lula da Silva terminara acusado por Maduro de servir a la CIA.

A diferencia de Gramsci, no solo la voluntad nos hace optimistas. También la razón. Porque creemos que un ciudadano uruguayo está en capacidad de entender las razone

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