El oscuro derrape de Lula da Silva

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Que “la exigencia que el mundo occidental le hace a Venezuela, no se la hace a Arabia Saudita”, es totalmente cierto. El régimen que impera en Venezuela no es la única dictadura que aplasta Derechos Humanos y tratar con algunas de ellas no causa ningún complejo a la mayoría de los países occidentales.

Lula da Silva tuvo razón al señalar esa doble vara para responder las críticas hechas a su actitud con Nicolás Maduro. Pero señalar acertadamente la hipocresía occidental frente a regímenes oscuros como las monarquías teocráticas y absolutistas del Golfo Pérsico, no le da la razón a lo que dijo sobre Venezuela.

Fue aberrante que defendiera al esperpéntico régimen de Maduro. Lo que dijo el presidente de Brasil es falso. Y lo que revela esa adulteración ridícula de la realidad, resulta inquietante.

Ingresando en la dimensión del estropicio, Lula da Silva afirmó que las violaciones de DD.HH. por parte del régimen residual chavista “son una construcción narrativa” y que esa “lectura sesgada y simplista” deformó la imagen que el mundo tiene sobre Venezuela.

¿De verdad cree Lula que los venezolanos no están sometidos por un autoritarismo calamitoso? ¿En serio puede creer que “es una lectura sesgada y simplista” la de los minuciosos informes del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos? ¿De verdad Lula le cree más a Diosdado Cabello y su garrote, que a Michel Bachelet? Para hombre que gobierna al gigante sudamericano es cierto lo que dice el régimen que llevó a Venezuela al peor quebranto y la mayor emigración de su historia, y es mentira lo que denuncian organizaciones de DD.HH. como Human Right Watch y Amnistía Internacional, entre tantas otras que reportaron persecuciones, censuras y brutales represiones.

Una cosa es plantear el retorno de Venezuela a los espacios de integración regional, y otra muy distinta es victimizar a un régimen denunciado por crímenes de lesa humanidad, diciendo que el mundo se guía por una mirada que distorsiona la realidad.

Cuestionar las sanciones puede ser discutible, pero no es ni descabellado ni necesariamente malicioso. Está a la vista que esa política no debilitó a la dictadura. Pero no llamar las cosas por su nombre es una señal oscura. La palabra que define a los regímenes como el venezolano, es “dictadura”. Y ese tipo de regímenes no son “construcciones narrativas”, sino gigantescos aparatos represivos.

Lula no puede ignorar que la represión contra las protestas masivas del 2019 dejó más de un centenar de muertos y cárceles militares, como Ramo Verde, abarrotadas de presos políticos. Tampoco puede ignorar las decenas de ejecuciones extrajudiciales que han sido denunciadas y las torturas que se cometieron en las mazmorras del Helicoide, siniestra mole de cemento donde el SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia) encierra en condiciones infrahumanas a los activistas disidentes y a los militares que se apartaron del régimen denunciando autoritarismo, corrupción y sociedades con el narcotráfico.

Al grave el derrape de Lula en la apertura del encuentro de presidentes en Brasilia para promover el dialogo regional, le salieron al cruce dos de sus invitados, los más jóvenes: Luis Lacalle Pou y Gabriel Boric. “No se puede tapar el sol con un dedo”, le dijo el presidente uruguayo, mientras que su par chileno corrigió al anfitrión brasileño explicándole, como si hiciera falta, que “los atropellos a los DD.HH. en Venezuela no son una construcción narrativa, sino una realidad y he tenido la oportunidad de verla”.

Impulsar el fin de la política de aislamiento a Caracas puede ser discutible, pero no condenable. No obstante, una cosa es reconocer la inutilidad de políticas como las que impulsó el Grupo de Lima y también Estados Unidos, y otra cosa es defender un poder sostenido por la represión.

Haberse llevado bien con Hugo Chávez también es distinto a defender a Maduro. Una cosa era practicar el amiguismo irresponsable que varios presidentes practicaron con el exuberante líder caribeño, y otra diferente es ser cómplices de una dictadura, maquillándole sus crímenes.

Chávez empezó a desmontar la democracia liberal de Venezuela y a irradiar el neo-populismo latinoamericano, pero el suyo fue un liderazgo “mayoritarista” (o sea, un régimen respaldado por la mayoría, que margina a las minorías que disienten). Por lo tanto, no llegó al rango de dictadura. Pero ni bien murió Chávez, lo que quedó como régimen residual perdió el apoyo de las masas y se convirtió en dictadura lisa y llana.

Además de la represión, está a la vista que Maduro y su nomenclatura militar hundieron una economía que flota en petróleo, empobreciendo brutalmente a la sociedad.

¿Un relato “simplista” que deforma la realidad pudo generar la migración de más de seis millones de venezolanos?

¿De verdad cree Lula que “una construcción narrativa” puede causar una diáspora de dimensiones bíblicas?

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Claudio Fantini

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