Uruguay es una colección de maravillosas virtudes, pero su “cercanía” sea probablemente uno de sus mayores capitales
Cercanía en una infinidad de sentidos y desde muchos orígenes.
Esa proximidad a las realidades y a las personas a veces es inevitable, es simplemente la materialización de los vínculos que da un país de nuestras proporciones. Estamos cerca porque todo es cercano.
Pero también está esa concepción cultural de cercanía fraterna, que es un capital inconmensurable, pero sobre todo debe ser una herramienta.
El Uruguay de los pagos chicos, el Uruguay “a la uruguaya”, el Uruguay sin rincones olvidados, debe hacer de la cercanía y la descentralización un sello de identidad.
No tenemos excusas para que un pueblo del interior o un barrio de la capital quede postergado. Somos, desde la Escuela que lo repetimos como un mantra, un país de 176.215 kilómetros cuadrados.
Un territorio sin complejidades geográficas, en el que llegar de la capital al punto más lejano (Codo del Cuareim, próximo a la desembocadura del Arroyo Yacaré en Artigas) lleva poco más de 8 horas en sus 658 kilómetros. Ese país es mi país y pide a gritos mas cercanía. Y lo pide no solo porque estamos cerca, lo reclama porque una concepción cultural, política y de gestión debe encararse ineludiblemente desde ese lugar. Se debe encarar en clave humana, porque es el humanismo el que no deja lugar para hacerse los distraídos cuando un gurí de un pago chico corre con leguas de desventaja que uno que vive en el centro de una capital.
No nos engañemos, el debate filosófico entre igualdad y libertad es interesantísimo, pero no debe quedar solo en eso. El Estado debe cumplir un rol activo en el ejercicio de los derechos individuales.
Debe garantizar que el libre sea cada vez más libre, pero también ayudar a fomentar igualdad en el punto de partida. ¿Y saben qué? A veces el punto de partida suele ser un pago chico, lejano, con pocos servicios y menos oportunidades. Hay que achicar esa brecha o se nos achicará el horizonte.
Nuestro gran desempeño como país en el combate a la pandemia fue principalmente gracias a la cercanía, la humana y la territorial. Una infraestructura sanitaria con presencia en todo el territorio, hizo que se estuviera cerca de los ciudadanos, una actitud fraterna y cercana hizo que el compromiso ante la adversidad fuera inquebrantable, y el seguimiento “cuerpo a cuerpo” de los gobernantes en cada rincón del país generó un capital enorme de confianza que hizo que la implementación de las políticas públicas fuera en orden y en calma. En fin, la cercanía como capital y como herramienta.
Hace unos días anduve por Los Talas, un pequeño pueblito al norte del departamento de Maldonado. Anduve escuchando, porque siempre, especialmente en la paz de los pagos chicos, vale la pena escuchar. Un pueblito de 120 habitantes, como los que hay muchos a lo largo y ancho del país, que siente que el desarrollo pasa velozmente pero por la Ruta 13, baja por la 39 y de ahí hacia alguna ciudad más grande. No se detiene en ese pueblito, y tampoco en tantos otros que conocen esta dura realidad.
La participación ciudadana es real en esos rincones del país. No es un lugar común en el dossier del tecnócrata de turno. En esos pagos la solidaridad y fraternidad es el sustento legítimo de la participación ciudadana, donde no se pierde tiempo en pseudo-diagnósticos y análisis progres sino que directamente se actúa.
La gobernanza es real, porque no hay otro camino que la interacción del Estado (en el mejor de los casos que allí tenga presencia) y la sociedad civil, que no espera que venga algún intelectual con nombres rimbombantes y complejos para las acciones a implementar.
No se trata de partidos políticos, ideologías o cuestiones de esa índole. Se trata del realismo necesario para darse cuenta que se debe avanzar en más y mejor descentralización. Dando jerarquía real a la toma de decisiones locales y fortaleciendo los funcionarios en cada lugar donde haya presencia pública. Y esos funcionarios pueden ser autoridades o no, pueden tener jerarquía o no, simplemente no debe faltar en la ecuación el respaldo institucional.
Respaldo que se traduce en recursos materiales y simbólicos. Estos últimos son fundamentales porque son acciones que dicen “me importa mucho lo que acá sucede”. Porque la gente no son números en un presupuesto, son seres humanos de los cuales hay que preocuparse y ocuparse. Por eso lo vital del sentido humano.
El actual gobierno está integrado por actores políticos que conocen a los pagos chicos y a su gente, su dinámica, su idiosincrasia, su movimiento y sus necesidades. Por eso la oportunidad única de que quienes sienten la descentralización en las venas puedan hacer la diferencia. Es más, se sienten orgullosos de que este sea su capital político y humano. Es ahora o nunca.
Porque la Política tiene cara de Doña María, que vive en ese pueblito donde aún no hay la atención de salud que necesita. Tiene rostro de Agustín, que no tiene liceo allí y además el ómnibus que debe tomar tiene muy pocas frecuencias. Otras veces tiene cara de Roberto, que siempre está echando una mano cuando alguien lo necesita y estos días anda organizando una criolla a beneficio de Martín, que tuvo un accidente y el Pueblo se está movilizando para ayudarlo.
Muchas historias, muchas falencias, muchos desafíos. Y la herramienta es la cercanía, como principio y como instrumento.
En un mundo cada vez más urbano, más globalizado, más dinámico, aún hay lugares que tienen su propio ritmo. Entender esa realidad y ser parte de la mejora en su calidad de vida debe ser prioridad. Para ello cercanía y más cercanía, empatía y más empatía, porque podemos, porque debemos, porque es lo que somos. Y si no lo somos, podemos serlo.