Virtudes como la compasión y la empatía perdieron la batalla contra el Dogma. El documento eclesiástico elaborado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y aprobado por el Papa Francisco condenó la maternidad subrogada, la eutanasia y el cambio de sexo, además del aborto y la Teoría de Género.
Los dos primeros casos son reveladores de un déficit de compasión y empatía para acompañar a las personas, ayudarlas a una vida más amable y también aliviarlas en los padecimientos. El avance de la ciencia médica permite que una mujer impedida de incubar un hijo en su propio vientre, pueda incubarlo en el vientre de otra mujer. Pero el recio documento eclesiástico sentencia que es “es una violación de la dignidad de la mujer y del niño”.
¿Por qué la gestación subrogada sería una aberración tan grave’”. La respuesta de la iglesia es que Dios ha creado el cuerpo humano y respetar esa creación implica que los hijos deben ser gestados en los vientres de sus madres; ergo, porque esa es la voluntad de Dios. Y si tiene que responder por qué establece que esa es la voluntad de Dios, en la respuesta aparecería la palabra Fe, o sea, irrumpiría el dogma.
En rigor, dado que la inteligencia es una propiedad de la naturaleza humana y, en la mirada religiosa, la naturaleza humana es de origen divino, se podría rebatir, sin salirse del marco teológico, lo que sentencia ese brazo de la iglesia anteriormente llamado Congregación para la Doctrina de la Fe, y en su origen fue la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, o simplemente “Santa Inquisición”. En definitiva, la maternidad subrogada es una oportunidad que los avances de la medicina, merced a la evolución de la inteligencia humana, dan a las mujeres que no pueden incubar a sus hijos en sus propios vientres.
De tal modo, sin salir de la mirada religiosa, es posible afirmar que si los avances de la medicina son productos de la evolución de la inteligencia humana, y si la inteligencia humana es, como todo lo existente, un don concedido por Dios, no hay por qué considerar la maternidad subrogada como algo “deplorable…que ofende gravemente la dignidad de la mujer y del niño”. Hacerlo implica, por lógica extensión, condenar como ofensa a la dignidad humana, por ejemplo, el trasplante de corazón y de cualquier otro órgano vital, dado que la voluntad de Dios es que cada persona viva exclusivamente con los órganos con los que ha nacido. Probablemente, esa perspectiva debiera considerar aún más aberrante la prolongación de una vida mediante la implantación de órganos animales.
Como consecuencia del documento de la iglesia, el trasplante de corazón que en 1967 realizó Christian Barnard en Ciudad del Cabo, salvando a un sudafricano de 55 años de morir por esclerosis cardíaca, sería la primer “violación médica de la dignidad humana”.
Si el hecho de que una mujer conciba un hijo propio en el vientre de otra mujer es una aberración contra-natura, por ende un acto herético, entonces también lo es alterar el organismo de una persona remplazando sus órganos enfermos por órganos sanos de otras personas.
Salvar vidas pasa a ser un pecado porque contradice el dogma según el cual sólo Dios da y quita la vida. Por eso, también aliviar mediante la eutanasia de sus padecimientos a una persona sin esperanzas de vida, es considerado una injerencia contra la voluntad divina, dado que “sólo Dios puede dar y quitar la vida”.
En sus veinte páginas, el documento “Dignitas Infinita” ratifica de manera contundente ésta y otras posiciones tradicionales de la iglesia.
La aprobación del Papa reafirma que en las cuestiones de fondo, Francisco sigue siendo un conservador en el campo teológico, dispuesto a mantener a la iglesia en sus posiciones tradicionales. Esa era su posición en sus tiempos de sacerdote y de cardenal. Jorge Bergoglio apostaba a la iglesia cercana a los pobres, sin llegar ni a la Teología de la Liberación, que tenía exponentes como Leonardo Boff y monseñor Helder Cámara; ni a las corrientes teológicas vanguardistas con las que sacudían los cimientos del dogma teólogos como Henry de Lubac, Michael Schmaus, Hans Küng y Karl Rahner, entre otros.
Sus aperturas y flexibilidades llegan hasta la suavización del trato a los divorciados y a los homosexuales. Un trato mucho más lógico, respetuoso y sano. Allí aparece en el Papa una iglesia que no condena ni anatemiza, aunque tampoco acepta.
No obstante, en cuestiones como eutanasia y gestación subrogada, sorprende la negativa a una posición más generosa y compasiva. El fin del dolor y el sufrimiento que puede conceder la eutanasia, así como la alegría de la maternidad que puede conceder el avance de la ciencia gracias a la evolución de ese rasgo de la naturaleza humana que es la inteligencia, deberían tener prioridad sobre dogmas sólo defendibles desde la Fe, y en absoluto desde la razón y la lógica.