En portugués existe la palabra “saudade”, que significa algo así como melancolía, una nostalgia triste por algo o alguien, por un encuentro o reencuentro que se sabe de difícil o imposible concreción.
Al escuchar a los dirigentes del Frente Amplio me pareció identificar un sentimiento similar. De mustia melancolía. Quizás añoranzas de Gas Sayago, Pluna, Chávez, Ancap, Trafigura, etcétera.
Pero luego vi que no era una nostalgia triste ni un tormento vivencial, hay una cuestión distinta.
En cada ocasión que hay una noticia alentadora para el país se los escucha lamentarse. Como un mantra usaron el “tardío e insuficiente” para responder a cada buena noticia que daba el gobierno al país.
Desde la pandemia con las vacunas, primero porque llegaban tarde y luego por el sistema de vacunación, en el medio los caceroleos y el reclamo de cuarentena, en cada ocasión pública anuncian hecatombes que no llegan.
No puede olvidarse, por lo dramático e irresponsable, durante la crisis hídrica anunciaron malformaciones masivas para los bebés.
El episodio más reciente: las críticas por unos globos en la obra en Casavalle. Álvaro Delgado graficó muy bien lo que representa esa crítica constante y cataclísmica: “son un bajón”, dijo.
Lo llamativo es que no es la actitud aislada, sino que es generalizada en las cúpulas del Frente y del Pit-Cnt.
¿Esa “infelicidad política” generalizada es una coincidencia? ¿Les “pintó el bajón” a todos?
Hace unas semanas el director del semanario Búsqueda, Andrés Danza, publicó la columna titulada “Por la negativa” donde recordaba la opinión de un experiente político no identificado que recomendaba la crítica como recurso único para debilitar a un gobierno.
Si bien es cierto que en toda disputa se deben buscar los puntos débiles del adversario, quien aspira a gobernar debe ofrecer algo más que solo crítica. Se pueden identificar varias causas para esa actitud de insatisfacción pública permanente por los referentes del Frente.
Hay falta de liderazgo y recambio, falta de renovación ideológica y, asociado a ello, una falta de horizonte de sentido. También un error estratégico. Han elegido un enemigo imaginario e inexistente, un gobierno que no es el que su relato espera; y como “el espanto” no llega y amor no hay, lo que une en el Frente es retornar al pasado, busca ser el segundo tiempo de una era ya pasada, “era” que no fue buena ni podría ser mejor.
En esa disyuntiva perdió la capacidad de imaginar futuro. No tiene una narrativa de esperanza, es solo protesta sin propuesta. Hay “condena” sin ilusión. La falta de un propósito superador hace que caiga tan solo en una constante murmuración apocalíptica. Pero ¿de dónde viene esa actitud? ¿Es nueva? ¿Es una actitud personal de los dirigentes o una estrategia política?
Hay una causa de orden congénita a la propia identidad de izquierda. Se le suele adjudicar a Bakunin, pero en realidad Nikolay Gavrilovich Cherny-shevsky sería el autor de la frase “cuanto peor, mejor”. Chernyshevsky influyó en Lenin y su consigna impregnó buena parte del pensamiento de izquierda. Su idea era sencilla: cuanto peores fueran las condiciones de vida de los más desfavorecidos de la sociedad, más propensos estarán a iniciar la revolución.
Hoy esa consigna de “cuanto peor, mejor” se traduce en una estrategia de construcción -en puridad de destrucción- política donde a diario suenan las trompetas de un regimiento de soldados del pesimismo militante. Recordemos los “niños que comían pasto” y el ejercicio de la mentira y el uso de la exageración permanente, siempre augurando males sociales y un belicismo cívico, quizás sintetizado en aquel final de la campaña de 2004 cuando Vázquez dijo “el 31 de octubre nosotros vamos a tirar de la cadena”.
Esa afligida actitud vital que se traduce en acción política de la izquierda, ese “peorismo” es opuesto a lo que identifica al Partido Nacional y que reflejó magníficamente Wilson Ferreira en una frase: “conquistaremos el futuro si no perdemos la alegría”. De eso se trata. De ganar la mística del futuro y militar ideas con alegría.
La esperanza es además de una cuestión existencial, -y por eso mismo- una herramienta política. Sin esperanza el individuo enfrenta el vacío.
Los uruguayos no han aceptado la invitación a la tristeza y el derrotismo que formula el Frente Amplio. Pero es un enorme desafío de la Coalición mantener la emotividad y afectividad de la esperanza como cuestión de sensibilidad política.
El gobierno de Luis Lacalle Pou ha sido capaz de imaginar un rumbo país con voluntad de superación, donde no solo se gobierna sino que se construye futuro. No se ha perdido en el cúmulo de medidas aisladas, sino que generó una visión amplia del destino que queremos. En política el desafío no es administrar, es gobernar, que es imaginar y construir futuro. Esa es la continuidad imprescindible que ofrece la candidatura de Álvaro Delgado: la continuidad del propósito superador donde la esperanza le gana a la tristeza.