El poder de la conversación

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Era un sábado en las aulas del MBA de Ucubs, y lejos de estar contando los minutos para que se terminara la clase, profesora y participantes estábamos enfrascados conversando sobre los sesgos que tenemos las personas a la hora de tomar decisiones.

Mariana comentaba cómo podemos llegar a equivocarnos cuando hacemos generalizaciones: que los jóvenes son más cuestionadores, o que los mayores reciben órdenes sin cuestionar. “Todos” es mucha gente. Cuando generalizamos, formamos prejuicios y partimos de premisas que no son necesariamente verdaderas.

Esto ocurre porque, salvo excepciones, tenemos una visión muy parcial de las cosas. Y es ahí cuando el cerebro hace su trampa: es rápido y eficiente para extraer posibles reglas a partir de datos limitados. Lo cual no siempre es malo, porque es lo que nos ayuda a funcionar en entornos desconocidos, pero también nos puede llevar a errores. En particular porque solemos olvidarnos de que vemos solo una parte de la información, entonces actuamos como si la tuviéramos toda.

Esta miopía es una causa recurrente de los desacuerdos: que el juez fue más duro con nuestro equipo que con el rival; que yo me ocupo de más cosas en casa o el trabajo que los demás; etc. Registramos poca información de los demás porque manejamos solo una parte de ella y nos cuesta mucho reconocerlo.

Comentamos en la clase que podríamos pensar que esto se subsana con trabajo en grupo, donde la suma de las visiones parciales se aproxime un poco más a la visión total. Pero no siempre es así. Existe el riesgo de que la voz de la mayoría se lleve por delante la de las minorías.

Fue ahí cuando Martín recordó la película “12 hombres en pugna”, en la que un joven es juzgado por asesinato y cuando el jurado se retira a deliberar, todos están de acuerdo en condenarlo. Todos menos uno. ¿Qué capacidad puede tener ese único disidente frente a la presión de grupo? Sin spoilear la película, lo interesante es analizar qué se requiere para cambiar una creencia colectiva. ¿Que esa minoría llegue a tener una masa crítica mínima? ¿Es cuestión de autoridad? ¿De perseverancia? Según diferentes investigaciones, pasa más por la estrategia utilizada. Es más factible que las minorías logren propagar su idea si van convenciendo a una persona, luego a otra y así sucesivamente, en lugar de tratar de imponer su idea a todos a la vez.

Y ahí es donde radica el poder de la conversación. El éxito pasa más por cómo aborda su lucha en contra de la presión del grupo, que de la fuerza con la que la lleva adelante. Concluimos entonces en la clase que es por eso que en ambientes de trabajo donde todos los participantes tienen tiempo y derecho a hablar y ser escuchados, es en los que se da lugar a todas las visiones y se llega al mejor resultado, revisando el razonamiento colectivo y minimizando posibles fallos. Pero cuando en la conversación participa demasiada gente o cuando no hay ánimo de escuchar, se convierte en una puja para convencer por medio de la presión social y no de argumentos.

Clases como la del sábado pasado son las que me recuerdan por qué disfruto tanto la docencia. Donde el poder de la conversación no fue solo el objeto de análisis de la clase, sino también lo que hizo que todos saliéramos enriquecidos de esa sesión.

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