El poncho y la camiseta

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Los blancos solemos cometer el hermoso pecado de la romantización permanente y en cantidades industriales.

Tal vez por eso desde el día que se anunció por parte de Álvaro Delgado el nombre de su compañera de fórmula Valeria Ripoll, algunos miembros de esta colectividad no se sintieron del todo cómodos.

Y no está mal, porque lo sintieron como blancos. Porque consideraron desde su espíritu partidario que la “blancura” es determinante y alguien que hace alrededor de un año llegó a nuestras filas no “rankea”. Pero la cuestión es que en términos electorales esto no es (perdón por el chivo publicitario) el desafío Nevex de la blancura, aquella competencia que definía qué prenda era la más blanca de todas. En términos de posicionamiento político electoral hay que entender que las fórmulas no representan solamente un Partido y su perfil, representan ideas y la visión que se tiene de un país. De manera de derribar la concepción prejuiciosa de muchos uruguayos de lo que ellos creen que el Partido Nacional es y representa.

Hay que pensar menos en el poncho y más en la camiseta de Uruguay si se quiere conectar con una gran masa de ciudadanos que no tienen esa profunda y romántica conexión partidaria con lo blanco. Jorge Larrañaga decía que debíamos ser más nacional que partido. Y cada día esa concepción cobra más vigencia.

Para entender el presente del Partido Nacional hay que estribar en su pasado. Un partido que sobrevivió con absoluta vitalidad desde 1836 sin haber sido gobierno en demasiadas ocasiones es porque evidentemente encontró su savia vital en otro lugar más allá de los triunfos electorales. Pero los que honramos todas y cada una de nuestras liturgias no podemos hacerlas exigibles al resto que abrazan al Partido Nacional. No es obligatorio peregrinar a Masoller en setiembre y abrazarnos en los fogones al grito de ¡Viva Saravia!, no es obligatorio sucumbir (pero de calor) en Paysandú cada 2 de enero homenajeando a Leandro Gómez, no son obligatorias las frías vigilias en “El cordobés” o saber la Marcha de Tres Árboles. Eso mantiene vivo un partido pero no lo hace ganar elecciones. Es una revitalización identitaria permanente pero no una interpretación del ser uruguayo. Son nuestras pasiones, no las de todos. Medir con ese criterio el perfil de un candidato que elige al Partido Nacional para servir al país es insuficiente, pero además es especialmente injusto.

El Partido Nacional es la colectividad de la libertad, y como tal debe respetar la forma en que cada uno lo abraza y lo vive. Y en señales valientes e inteligentes como la de Delgado en el claro sentido de mostrar que somos mucho más amplios y representativos de lo que parte de la sociedad uruguaya cree que somos, está el triunfo.

Porque el poncho es para nosotros, pero debemos tener la grandeza de ponernos la camiseta uruguaya que represente a todos, también a los que no quieren o no entienden el poncho.

Las fórmulas “pan con pan” son insuficientes. Si el vice o la vice de Álvaro Delgado fuera alguien que encuadrara en la convencionalidad partidaria, probablemente nos sentiríamos más cómodos como blancos pero no estaríamos haciendo el más mínimo esfuerzo de conectar con la representatividad del ser uruguayo.

Basta mirar la fórmula del Frente Amplio, que no sorprende, que aburre por previsible y políticamente correcta y que además reafirma que esa fuerza política no tiene ni centro ni moderados. Una fórmula MPP-PCU dice fuerte y claro que no hay socialdemocracia, que no hay astorismo, que no hay una visión de hablarle a los uruguayos. Eso sí, las barras quedaron chochas, la tribuna quedó dentro de su zona de confort (una zona muy volcada a la izquierda por cierto).

Cada día me convenzo más que hay un Partido Nacional distinto, con clara vocación de gobierno, pragmático e inteligente. ¿Y ese proceso de maduración es sencillo? No, no es sencillo y naturalmente trae dolores de crecimiento que hay que procesar con madurez y realismo. Y el Partido lo está haciendo. Salidas intempestivas y teatrales de quienes llegaron hace 15 minutos al partido no son representativas del sentir de una colectividad inmensa que quiere seguir creciendo.

Hay un concepto que se redimensiona en cada interpretación, y es el de libertad responsable. Porque ejercer mi libertad en la concepción partidaria que elijo debe tener también un componente de ejercicio responsable y respetuoso de cómo lo hacen otros.

Entender para trascender es el desafío, y una militante social con la honestidad intelectual de renunciar a la izquierda porque entendió que su doble moral y su avasallamiento de las instituciones no la representaba, es valiente. Y la gente valiente merece estar en Política, pero particularmente la Política necesita gente valiente.

El mundo líquido del que hablaba Zygmunt Bauman sirve para entender que las personas fluyen en función de cómo viven la política, nada es estático y la política moderna también debe concebir con fluidez y agilidad que las personas buscan su lugar más allá de fronteras rígidamente concebidas. La dinámica hace que el norte lo marquen los principios, no las estructuras.

“Firmes en la lucha: ¡vivir es combatir!, con la fiereza de vencer y en el anhelo de imponer nuestra divisa al porvenir” dice nuestra Marcha de Tres Árboles. Y esa es la impronta que se necesita en una fórmula: firmeza, vocación de combatir en el campo de las ideas, fiereza de vencer en el campo electoral y el anhelo de llevar nuestro Partido al gobierno. Lo dice esa especie de decálogo blanco, y Ripoll encuadra y encarna esas características de forma natural y esperanzadora.

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