El puerto y el suma cero

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Un gol en la hora. Así festejó el gobierno la noticia del acuerdo con Argentina para poder dragar el acceso al puerto de Montevideo a 14 metros. La noticia es clave por dos motivos. El primero, el más obvio, porque permitirá que Montevideo reciba barcos más grandes, con lo cual se posiciona mucho mejor para ser el puerto “hub”, punto de salida (y entrada) para muchos productos de la región. Pero, segundo, porque confirma que el gobierno de Milei no parece interesado en seguir la guerra de baja intensidad a la que nos venía sometiendo Argentina bajo gobiernos “K”. Que amenazaba con concretar otro canal de acceso a su propio puerto que, para seguir con metáforas futboleras, podía dejar “fuera de juego” a Montevideo.

Existe en el entramado burocrático/político argentino una visión entre paternalista y competitiva respecto de Uruguay. Desde la llamada “doctrina Zeballos”, que sugería que Uruguay no tenía derecho alguno al Río de la Plata, hasta los bloqueos disciplinantes de Néstor y Cristina, periódicamente aparecen estas miradas.

Quien no la compartía era el propio Perón que fue quien firmó el tratado que permitió un marco legal para desarrollar nuestro puerto y vías de acceso.

Pero en el gobierno de Alberto Fernández la mirada conspirativa contra Uruguay tuvo mucho peso. Se llegó a hacer una licitación para el llamado canal Magdalena, destinado a perjudicar a Montevideo a un costo millonario para Argentina. Y cuando el excanciller Bustillo tenía ya firmado un preacuerdo sobre el tema de los 14 metros con su colega Cafiero (vimos el papel), intereses diversos enterraron su concreción.

La pregunta desconfiada que muchos hacen es ¿por qué Milei nos cede eso? Más allá de otros cálculos, hay una respuesta que es ideológica, profunda, y que tiene relevancia para entender muchos debates que escuchamos hoy.

En una columna publicada hace unas semanas por David Brooks en el New York Times, y que mencionamos aquí hace poco, decía que lo que estaba en crisis en el mundo actual es la visión de la “suma positiva” que marcó al sistema global en el último medio siglo. Esta visión sostiene que las relaciones humanas y entre países pueden ser de ganancia mutua. Ya sea en el comercio internacional, o en la economía doméstica, que cuando las personas intercambian voluntariamente, el resultado beneficia a todos.

Esta es la visión que motivó la apertura del comercio global, que con sus altas y bajas, ha caracterizado al mundo en este tiempo.

Pero algo empezó a hacer ruido. Tanto en Europa como en Estados Unidos, el desarrollo de China generó que se perdieran millones de puestos de trabajo industriales en el primer mundo. Y con ello, una cantidad de gente que estaba acostumbrada a niveles de vida muy buenos, sin tener demasiada formación intelectual, sufrió un impacto duro. El cual está en buena medida detrás del surgimiento de fenómenos como Trump, el Brexit, y en general una creciente desconfianza del sistema económico internacional.

Sin embargo, mirado en forma global, este proceso fue justo. Millones de personas en Asia, que tenían vidas de subsistencia miserables, sacaron cabeza. Y no es que con esa apertura las sociedades occidentales solo perdieron.

La relocalización de industrias en Asia permitió a las empresas márgenes de ganancia que de una u otra forma ayudaron a financiar la revolución tecnológica que se vivió en los últimos 20 años en Occidente. Además de que todos los otros sectores de la economía también se beneficiaron. Por ejemplo, en su momento Nike había llevado todas sus unidades industriales a China. Pero los sectores de diseño, marketing, estrategia empresarial, seguían en EE.UU., dando trabajo a mucha más gente que antes. Y con los mejores salarios.

La visión del “suma positiva”, se opone al “suma cero” que es propio de los políticos de base marxista y de los populismos de derecha, que culpan a los extranjeros o a la globalización de la decadencia de sus países. Pero aquí está lo curioso: Milei no parece compartir ese discurso.

Y es por ello que no tuvo problema en firmar esa “concesión a Uruguay”. Seguramente porque, siguiendo el ideario liberal, piense que si el puerto de Montevideo tiene condiciones para ser más eficiente, eso redundará en un beneficio para su propio país, haciendo más barata la exportación e importación de productos, y ahorrándose millones en sacar barro de su lado, para una competencia estéril con el vecino oriental.

Alcanza comparar eso con la postura de líderes europeos que acaban de enterrar el acuerdo con el Mercosur después de 20 años de negociación, para darnos cuenta de cuánto han cambiado los tiempos. Macron, el líder culto y pulido del primer mundo se juega por el encierro. Y el loquito desaforado del sur, al que aman odiar todos los bienpensantes, apuesta a la apertura y la colaboración. Acá, por ahora, festejemos.

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