El revés del dogmatismo

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Un antiguo concepto griego empezó a retumbar en los análisis políticos durante el gobierno de Cristina Kirchner y continúa siendo útil para analizar el liderazgo de Javier Milei.

De por sí, resultaba extraño que un anarco-capitalista ganara la presidencia con esa bandera libertaria y continuara izándola durante los primeros cinco meses de gestión. También resultó extraño que, citando libros de un puñadito de teóricos de la Escuela de Austria como si fueran verdades tan absolutas como para los católicos los evangelios, los musulmanes el Corán y los judíos el Talmud, haya embestido con violencia verbal y gestual contra los cultores del liberalismo clásico.

Elevando a la categoría de genios infalibles a Murray Rothbard, Frederick von Hayek, Ludwig von Mises y algunos otros economistas que creen ciegamente en la abolición del Estado, el presidente argentino habla como si fuera depositario de la verdad revelada y lanza su cruzada para defender el Santo Grial contra sus profanadores.

La violencia que irradia en esa yihad contra el “comunismo”, los “colectivistas” y los “imbéciles liberales”, parece un síntoma de “hibris”, la palabra que la polis ateniense usaba para describir el pecado de la desmesura de actuar como iluminado por los dioses.

El problema se agrava cuando, como en la cena de la Fundación Libertad, su confianza en sí mismo lo lleva a reemplazar una alocución como presidente por un show de standupero que incluye chistes groseros y burlas con imitaciones humillantes de sus críticos.

Por eso el discurso que dio Luis Lacalle Pou en ese foro fue un antídoto contra el dogmatismo. En un país que pasó sin escalas de ideologismos izquierdoides al dogma libertario, el presidente uruguayo tuvo la honestidad intelectual de no hablar “para la tribuna” y el aplauso fácil de esa audiencia, sino aportar visiones basadas en el sentido común. Esas virtudes que el pensamiento pierde cuando consume sobredosis de alucinógenos ideológicos.

“Tenemos que tener un Estado fuerte para que el individuo pueda gozar de la libertad”, dijo el presidente uruguayo. En la cena de la Fundación Libertad, ante una audiencia en la que no son pocos los que adhieren a un liberalismo ortodoxo y conservador, Lacalle Pou se atrevió a defender el rol del Estado, hablando como un liberal apartado de los dogmas, un centrista que jamás acusaría a los pobres de ser artífices de su pobreza ni consideraría al Estado una “organización criminal”, como a menudo hace el presidente argentino.

Se atrevió incluso a decir algo que Milei seguramente considera una “imbecilidad” típica de “zurdos”, a pesar de ser una obviedad para el sentido común: “No todos podemos disfrutar de la libertad. Acá, seguramente casi todos se irán en auto, dormirán calentitos, con hijos que estudian, mañana tienen laburo y tienen salud decente”, dijo el mandatario uruguayo, añadiendo a renglón seguido que es “difícil gozar de la libertad individual si se vive en un rancho, si no se tiene acceso a la salud, si los hijos no pueden estudiar y por ende no tienen una luz al final del túnel”.

Si Milei hubiera calificado lo que expresó Lacalle Pou, lo habría llamado “ignorante” y “zurdo” como hace siempre con todos sus críticos y con los radicales y los liberales de centro que se atreven a cuestionar su visión del mundo y las cosas.

El contraste en lo socioeconómico que marcó Lacalle Pou resaltó más cuando, a renglón seguido, Javier Milei habló como habla siempre, atacando con agresividad a críticos y opositores, añadiendo una grotesca imitación para ridiculizar al economista Carlos Melconián, un liberal pragmático y centrista que cuestiona la dolarización propuesta por el presidente argentino.

Las palabras de Lacalle Pou aportaron sensatez a un país intoxicado de ideologismos; una bocanada de sentido común para que los argentinos recuerden que no es lo mismo el liberalismo que el libertarismo, mucho menos el de vertiente ultraconservadora.

Ridiculizando con imitaciones caricaturescas a figuras que él desprecia, Milei fue la contracara absoluta de Lacalle Pou, el visitante extranjero que, respetuosamente, les recordó a los argentinos que hay un liberalismo clásico, que es de centro y no debe confundirse con ningún dogmatismo extremo.

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