El rey está desnudo

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El escritor danés Hans Christian Andersen, en su cuento “El nuevo traje del emperador”, también conocido como “El rey desnudo”, relata la historia de un rey muy vanidoso e iracundo que solía vestir trajes lujosos y llamativos para pasearse por el pueblo y ser mirado por los demás. Sus consejeros no osaban nunca cuestionarlo, por miedo a perder su puesto o la misma cabeza. Tal era su narcisismo, que el Rey vivía esclavizado por los sastres y sometido a los espejos. Un día llegaron al pueblo dos estafadores haciéndose pasar por sastres y lo convencieron de hacerle el mejor traje que se hubiese confeccionado jamás, con la tela más extraordinaria del mundo que tendría una característica muy especial: se volvería invisible a ojos de los necios y de quienes no merecieran su cargo.

El emperador, preso por su vanidad, le encargó a los falsos tejedores un traje, luego de desembolsar una fortuna.

Pronta la prenda, sus ministros tenían terror de no ser capaces de verlo. Les dio tanto miedo decir que en verdad no había nada allí, que permanecieron callados y fingieron ver la tela, llenándola de elogios. Cuando el propio rey la vio, antes de que alguien se diera cuenta de que no veía nada, se apresuró a decir: “¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Digno de un emperador como yo!”. Su séquito comenzó a aplaudir y a comentar lo extraordinario que era el traje, a tal punto que el rey decidió salir en desfile. Comenzaron a vestirlo, pieza por pieza como si se tratara de un traje de verdad, pero en verdad nadie veía. Cuando salió a la calle, el pueblo, que sabía de las supuestas propiedades del traje, aclamaba temeroso la grandiosidad del mismo. Hasta que de repente, en medio de los elogios, se oyó a un niño que dijo: “¡Pero si está desnudo!”.

Si bien el cuento data de 1837, es de una tremenda actualidad. Nos recuerda el raro temor que nos produce enfrentar algunos temas tabú que, en determinados círculos, no se mencionan. De esos elefantes en el cuarto que nadie quiere ver, temas que se meten debajo de la alfombra y de la falta de personas con el coraje para hablar de frente a los ministros y al pueblo, es decir, a todos aquellos que no se animan a contradecir a los reyes desnudos. En las empresas, en las familias y también en la política.

Eso pasó en los últimos días en nuestro país, cuando los precandidatos por el Frente Amplio trataron el tema de Venezuela. Marearon en sus declaraciones, sin tener el coraje de decir lo que, parecería, piensan.

Hay temas que no es suficiente que se esquiven. Entreverando palabras podrán distraer el asunto por un rato, pero hay posiciones que no se pueden dar ese lujo. Porque más allá del tema en particular, lo que están dejando entrever es falta de criterio y/o de coraje para cuestionar situaciones indefendibles y antidemocráticas, por más que se trate de una ideología cercana. Es una solución superficial, porque en el fondo están perdiendo la oportunidad de demostrarle a la ciudadanía dos cosas: que como líderes no se van a dejar someter por reyes vanidosos e iracundos; pero más importante aún, que no se van a dejar engañar por falsos sastres.

Como decía el escritor inglés G. K. Chesterton “la aventura puede ser loca, pero el aventurero debe ser cuerdo”. Y es la oportunidad que se están perdiendo de demostrarlo.

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