En el libro V de “La riqueza de las naciones”, Adam Smith señala que existen tres deberes fundamentales del Estado, a saber; la defensa nacional, la seguridad interna y las obras públicas que no serían desarrolladas por los privados. Las dos primeras entran dentro de la definición que suele darse del Estado “juez y gendarme”, la última abre una serie de posibilidades de intervención en la economía más amplia pero selectiva.
Respecto a la primera función del Estado, comenta nuestro autor: “El primer deber del soberano, el de proteger a la sociedad de la violencia e invasión de otras sociedades independientes, solo puede ser cumplido mediante una fuerza militar.” Sobre la segunda, señala: “El segundo deber del soberano, el de proteger en cuanto le sea posible a cada miembro de la sociedad contra la injusticia y opresión de cualquier otro miembro de la misma, o el deber de establecer una administración exacta de la justicia también requiere un gasto muy distinto en los diversos estadios de la sociedad.” Hasta aquí estamos ante un Estado que asegura las condiciones básicas de seguridad para los habitantes del país, es con la tercera unción que da un paso más: “El tercer y último deber del soberano o el Estado es el de construir y mantener esas instituciones y obras públicas que, aunque sean enormemente ventajosas para una gran sociedad, son, sin embargo, de tal naturaleza que el beneficio jamás reembolsaría el coste en el caso de ningún individuo o número pequeño de individuos y que, por lo tanto, no puede esperarse que ningún individuo o grupo reducido de individuos vayan a construir o mantener.”
Como comenta James Otteson: “Sus argumentos proceden esencialmente de la experiencia. Examina la historia humana y muchos de los experimentos que llevaron adelante diferentes pueblos en diferentes épocas con diferentes sistemas de economía política.”
El tercer argumento ha dado pie a que algunos autores consideraran a Smith poco menos que un socialdemócrata, tanto por parte de los libertarios antiestatistas para criticarlo como de algunos de los primeros para reivindicar sus propias ideas. Lo cierto es que Smith argumenta que distintas obras públicas pueden llevarse adelante por parte del Estado, pero que pueden cobrarse a los privados que las utilicen por medio de peajes, verbigracia. También argumenta a favor de la educación pública, pero fundamentalmente a nivel primario y solo parcialmente subsidiada. También defendió múltiples intervenciones de distinto tipo y al correo estatal, sobre bases no del todo claras y analizando: “Creo que es la única empresa que ha sido gestionada con éxito por cualquier tipo de gobierno.” Es evidente que el padre de la economía no conoció el caso uruguayo. También debe tenerse en cuenta que Smith pensaba que “no hay dos naturalezas más incompatibles que las de empresario y soberano.”
En definitiva, una lectura clara de Smith nos permite concluir que no era antiestatista y pensaba que el Estado podía llevar adelante más actividades de las que consentiría hoy en día un libertario. Pero, al mismo tiempo, como en todos sus juicios, fue muy cauteloso a la hora de admitir qué actividades podía llevar adelante el Estado y cómo cuidar los sistemas de incentivos para que no se presentaran las clásicas patologías que solemos asociar a la acción estatal.