Nadie esperaba un final patético del trayecto político de Joe Biden. Cometió errores, como haberse opuesto a una guerra que se justificaba y haber apoyado una guerra totalmente injustificada. Como senador por Delaware, votó contra la Operación Tormenta del Desierto, dispuesta Bush padre, diseñada por Colin Powell y comandada sobre el terreno por el general Schuarzkopf para liberar Kuwait de la invasión iraquí. La alternativa era dejar ese emirato en manos de Saddam Hussein.

Por el contrario, fue una mentira la que urdió Bush hijo y sus lugartenientes Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz para invadir Irak: acusar a Saddam de vínculos con Al Qaeda y de ocultar armas de destrucción masiva.

Esa guerra que supuró terrorismo, fue aprobada por Biden.

De todos modos, también tuvo aciertos y haber sido vicepresidente de Obama empezaba a coronar su larga carrera política.

El broche de oro le llegó al ganar la presidencia. Su mayor mérito fue sacar a Trump de la Casa Blanca, después vino la pésima retirada de Afganistán dejando postales vergonzosas a las que luego añadió aferrarse tercamente al intento de reelección.

Su gobierno fue, en términos generales, bueno. La derrota de Kamala Harris, la candidata que designó a dedo, le devolvió el poder a Trump. Y cuando no se esperaban más errores, el viejo líder demócrata cometió uno gravísimo: indultó a su hijo Hunter.

El presidente, único en la historia con un hijo condenado durante su mandato, se había comprometido a no usar el atributo constitucional a favor de su hijo. Pero a pocas semanas de concluir su mandato olvido ese compromiso y concedió un indulto escandaloso.

Sólo Trump estuvo por hacer algo más grave y absurdo: indultarse a sí mismo si era condenado en alguno de sus tantos juicios.

¿Existen circunstancias atenuantes de este paso obtuso, que le servirá a Trump para indultar a la turba que asaltó el Capitolio?

Se puede comprender que un padre cuya primera esposa y una hija de año y medio murieron en un accidente, perdiendo décadas más tarde a su hijo mayor, que era su orgullo como persona y como profesional, se doblegue ante la posibilidad de ver a su otro hijo encarcelado.

El problema es que Hunter en absoluto merecía que su padre empañe su imagen para salvarlo del enésimo problema en el que se metió por ser un tarambana irresponsable, adicto al alcohol y al crack, entre otras drogas, que violó la ley mintiendo sobre sus adicciones para poder comprar un arma.

La facultad de indultar está en el artículo II de la Constitución. La tradición de los indultos presidenciales comenzó en el siglo 18 con George Washington, cuando usó ese atributo con condenados por una protesta ilegal.

Siempre generaron polémica, pero normalmente hay porciones de la sociedad que defienden al presidente que lo utiliza porque la razón esgrimida les parece justificable. Fue el caso de Andrew Johnson al indultar a líderes confederados para pacificar el país tras la Guerra de Secesión.

Muchos cuestionaron, pero otros muchos respaldaron el indulto que Carter otorgó a desertores de la guerra en Vietnam. Y muchísimos menos avalaron el indulto de Gerald Ford a Nixon por el caso Watergate.

Aunque se trate de un hijo, ni siquiera hay demócratas dispuestos a defender esa concesión a la impunidad que hizo Biden.

Tras haber sido un talón de Aquiles en la vida política de su padre, Hunter Biden fue declarado culpable por un delito que no constituye un crimen demasiado grave, pero es una consecuencia de su eterna deriva. Merecía que su padre diera a la sociedad el ejemplo de permitir que su propio hijo vaya preso. Aún así, Biden eligió traicionarse a sí mismo y dejar una mancha más en su desgajada imagen. En última instancia, podría haber otorgado una conmutación de pena, facultad presidencial que también establece el artículo II y que elimina la pena, pero no elimina la condena.

En lugar de conmutar, Biden indultó. Hunter ya no es un condenado, sino un hijo que condenó a su padre a sumar una tiniebla más en una carrera que tuvo momentos brillantes.