El tránsito y los derechos

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RODRIGO CABALLERO
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En las últimas semanas, dos accidentes de tránsito conmovieron a este columnista.

Uno ocurrió sobre 18 de Julio, en la esquina con Eduardo Acevedo. Y el otro en el cruce de la calle Juncal con Uruguay, justo donde esta última se convierte en 25 de Mayo. En 18, como en cada esquina de la principal Avenida, hay semáforos. En el otro punto, cartel de Pare. De ambos siniestros es posible sacar una misma conclusión: dos conductores, en el pleno derecho a cruzar, se encontraron con un inconsciente que se rifó una luz roja o un Pare. Y se pegaron la piña. Las consecuencias son siempre negativas: huesos y fierros rotos y la posibilidad de que la vida se termine ahí, en una triste esquina montevideana, en un evento que bien podría no haber sucedido.

¿Qué significa todo esto? Que no hay manera de garantizar un derecho mientras se viva en un mundo donde cada uno, más allá de las consecuencias que pueda acarrearle, es libre hacer lo que le venga en gana. De cruzar un semáforo en rojo o de atravesar un cruce pese al cartel de Pare.

Por eso quien escribe, que muchas veces anda en bicicleta por las calles de Montevideo, apreta el freno en cada esquina. Aunque la preferencia me acompañe. Pues si al conductor que viene por la calle perpendicular se le da por cruzar mal, más allá de que las señales de tránsito que no lo favorezcan, la ley solo me dará la razón si sobrevivo al golpe. De lo contrario, también me la dará. Pero ¿para qué la quiero? Siempre es mejor frenar y cuidarme el cuerpito, la bici, y la única vida que me tocó en suerte.

También por ese motivo es que no me pongo la camiseta de mi cuadro para ir al estadio. Y tampoco permito que mi hijo la use. Ni camiseta, ni bandera, ni gorrito. Para qué me los compraste, me reclama a menudo el niño, si solo me los dejás usar adentro de casa. Soy consciente que el botija tiene todo el derecho a usar su camiseta donde se le antoje. Pero ni las autoridades, ni su padre, ni nadie, pueden garantizarle que no vaya a venir un idiota fanático de otro cuadro a agredirlo. Ha pasado muchas veces. Gente golpeada e incluso asesinada por llevar un distintivo de un equipo o de otro es algo casi corriente en este país. Ha pasado y seguirá pasando. Que le toque a uno es apenas una cuestión de probabilidades. Cuanto más podamos reducir las nuestras, mucho mejor.

Por eso no entiendo a los iluminados que aseguran que las mujeres tienen derecho a andar por la calle de madrugada, solas y de minifalda. Claro que lo tienen. ¡Cómo no habrían de tenerlo! Todos tenemos derecho a andar por dónde queramos y cómo nos plazca. Pero también es vital tener conciencia de que la distancia entre el mundo que debería ser y el que efectivamente es, se mide en años luz.

Por ahora es imposible instalar un chip en el cerebro de las personas que les impida realizar acciones reñidas con la ley o las normas. Y el día que sea posible, la sensatez deberá impedir su implementación. Entonces, la única manera que existe de evitar malos momentos, es minimizando los riesgos. Y un buen camino a tomar es tener clarísimo que, al cruce de caminos, puede llegar un loco, un inconsciente, un audaz o un delincuente. Y hacernos formar parte de esa estadística fatal.

Por eso, amigo lector, aunque tenga la verde a su favor, o el derecho a caminar de noche por donde quiera, siempre es bueno entreparar y robarle una oportunidad a la mala suerte.

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