El Uruguay internacional

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Para un país pequeño como Uruguay, la apertura internacional es fundamental. Esta vocación internacionalista explica su propia génesis, ya que el país surge por una razón geográfica como tapón entre sus vecinos. Es también una condición económica dado su tamaño y falta de escala. En esta necesidad de abrirse al mundo parece que hoy hay consenso a nivel del sistema político: el crecimiento de Uruguay vendrá por la liberalización del comercio y búsqueda de nuevos mercados.

Pero este esfuerzo de apertura parece estar sucediendo a destiempo. Más allá de las limitaciones que impone el Mercosur, la realidad es que el mundo está viviendo un proceso de fragmentación comercial. En los últimos años, por la competencia entre Estados Unidos y China, además del creciente nacionalismo, como se observa con el Brexit, el mundo vive creciente tensión comercial. En países como Estados Unidos, que antes llevaban la bandera del liberalismo económico, ahora parece que hay un nuevo consenso de que es necesario reducir incentivos al offshoring o exportación de empleos, especialmente a China.

En un discurso en la institución Brookings en Washington el año pasado, Jake Sullivan, uno de los principales asesores de la Administración de Biden dijo: “... en nombre de la eficiencia excesivamente simplificada del mercado, cadenas enteras de suministro de bienes estratégicos, junto con las industrias y empleos que los hacían, se trasladaron al extranjero. Y el postulado de que una liberalización comercial profunda ayudaría a América (EE.UU) a exportar bienes, y no empleos y capacidad, fue una promesa hecha pero no cumplida.”

El orden liberal internacional, tal como lo conocemos, surgió al final de la Segunda Guerra Mundial con la idea de institucionalizar un sistema global más pacífico, construido sobre la igualdad y la libertad de acuerdo con las tradiciones del liberalismo. Bretton Woods tuvo como objetivo poner fin a las políticas proteccionistas adoptadas por los Estados durante el período de entreguerras para ayudar en su recuperación económica.

Los defensores del liberalismo creen que la apertura comercial y el flujo sin restricciones de bienes y servicios impulsan la competencia, motivan la innovación y aumentan el bienestar, a través de la producción de los mejores productos, con mejor precio.

Y sin duda, desde la posguerra, los aranceles sobre productos industriales cayeron bruscamente, creció el comercio y el mundo vivió uno de los periodos de mayor paz, optimismo y prosperidad. Es que el comercio genera dependencia mutua y esa interconexión comercial contribuye a un mejor relacionamiento político.

Pero Uruguay pertenece a una de las regiones más proteccionistas del mundo. Durante las últimas décadas, mientras regiones como el sudeste asiatico y los países del ex bloque sovietico se abrían, Uruguay era parte de un proceso encallado de integración regional en el Mercosur. Brasil y Argentina figuran entre los países con mayores aranceles e impuestos. Como consecuencia, Uruguay y la región no están tan integrados a las cadenas de suministro globales como sí otros países latinoamericanos incluyendo Chile, Costa Rica y México.

Ahora también hay logros y, especialmente, oportunidades. Durante el gobierno de Lacalle Pou se logró un acuerdo con Brasil para exportar desde las zonas francas al mercado brasilero libre de aranceles. Es decir, que se puede producir en Uruguay sin impuesto a la renta corporativa (entre otros beneficios de operar en la zona franca) y vender a Brasil sin pagar los altísimos aranceles a la importación. Esto mejora la rentabilidad y hace posibles nuevos negocios.

Uruguay también logró introducir un proyecto en el Congreso de EE.UU., que permitiría acceso a ese mercado, quizás el más apetecible del mundo. Uruguay por ser parte del Mercosur está dentro de una minoría de países que no tiene acceso al mercado estadounidense libre de aranceles, algo que sí tienen México, los países del Caribe, Colombia y la región andina, entre otros. Este proyecto es de suma importancia y podría dar un salto al futuro del país, permitiendo mejorar la competitividad no solo de las industrias existentes, sino también de otras que pudieran surgir a futuro que hoy no son factibles ni rentables. Conseguir los votos en el Congreso es una tarea gigantesca pero parece posible.

En este contexto internacional, estos logros son doblemente valiosos. Con acceso al mercado brasilero, el más importante en la región, y al mercado estadounidense, lo que suceda con el Mercosur es cada vez menos relevante.

Finalmente, están los servicios, la integración por el intercambio de datos y tecnologías. En esto, Uruguay es un campeón. Lidera en la región en la industria de servicios basados en conocimiento y en producción de software. Es que la exportación e intercambio de servicios y tecnología no dependen de los aranceles y no están limitados por el Mercosur. No es casualidad que el instrumento de zonas francas que en otros países dio lugar a industrias de bienes, en Uruguay sea fuertemente utilizado por industrias de servicios y tecnología, que pueden exportar sin las limitaciones del Mercosur. Año a año, la exportación de servicios y datos crece y complementa a la base productiva agrícola y ganadera de Uruguay. Para la exportación de servicios y datos, no hay casi más restricciones que la propia capacidad de los uruguayos. Como se dice en estos días, ¡es por ahí!

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