La llegada de un nuevo gobierno, con el objetivo de reanimar el crecimiento económico y materializar una agenda ambiciosa de promesas, exige mirar al pasado con la serenidad que solo la experiencia puede ofrecer y proyectar el futuro con la convicción de que el progreso no se improvisa.
Hemos recorrido un largo camino a través de ocho gobiernos democráticos, cada uno, dejando su impronta, sus aciertos y sus errores. Pero si algo nos enseña este trayecto es que el desarrollo, más que un destino, es una obra en constante creación, donde los pilares que lo sostienen con base en las lecciones aprendidas, deben cuidarse con la misma delicadeza con la que se protege una obra de arte. Jugar con ellos, trivializarlos o someterlos a experimentos caprichosos sería no solo un error, sino una traición a todo lo alcanzado.
Entre las lecciones aprendidas, destaca, en primer lugar, la necesidad de entender con claridad el contexto económico global y regional porque su impacto moldea las oportunidades y desafíos que enfrenta Uruguay. La evidencia demuestra que los factores externos son determinantes.
Los números son tan contundentes como reveladores. Desde 1985, el crecimiento promedio anual del PBI ha sido del 2,9%. Sin embargo, cuando los vientos externos soplaron a favor, el promedio ascendió al 5,9%; cuando fueron adversos, descendió al -2,1%; y, en ausencia de impulsos externos, apenas alcanzó el 1%.
Por lo tanto, resulta fundamental prestar atención a los cambios globales que puedan surgir con el nuevo gobierno de Estados Unidos. Aunque las certezas son escasas, emergen señales positivas que Uruguay podría capitalizar, especialmente, en el ámbito de las inversiones. La histórica cercanía entre ambas naciones, combinada con la inclinación hacia el sector privado de la administración Trump, no solo podría incidir a nuestro favor en las recientes tendencias de tributación global, sino también generar oportunidades directas para Uruguay.
A pesar de la incertidumbre sobre el costo del financiamiento global, para 2025 se proyectan precios de exportación algo mejores de lo que se esperaba meses atrás. En el ámbito regional, la convergencia de precios entre Uruguay y Argentina está teniendo un efecto positivo en el comercio local y el turismo. Además, las perspectivas climáticas sugieren una disminución significativa en el riesgo de sequía, que tan negativamente impacta en el país.
La segunda lección aprendida -crucial para avanzar- es fácil de decir, pero compleja de implementar: fomentar, no frenar, la inversión privada. No hablamos aquí de teorías económicas ni de abstracciones académicas, sino de una enseñanza viva, forjada en la experiencia concreta de los casos de éxito. Es en esas historias donde se encuentran las claves, las enseñanzas invaluables que iluminan el camino hacia el progreso.
El sector forestal, por ejemplo, ha evolucionado notablemente en los últimos 25 años, pasando de representar apenas el 0,2% del PBI en exportaciones a alcanzar el 4%, superando incluso a Finlandia, líder mundial en la materia. Actualmente, este sector genera más de 2.800 millones de dólares en exportaciones y 20.000 empleos directos. De manera similar, el sector de tecnologías de la información ha transitado un camino comparable: desde cifras insignificantes, ha logrado, en el mismo período, superar a países como Dinamarca, también líder global, alcanzando el 3% del PBI en exportaciones, con más de 2.000 millones de dólares generados y más de 22.000 empleos directos.
Los factores comunes al éxito revelan que, para que un sector pueda convertirse en motor del desarrollo, es indispensable que exista demanda externa para traccionar. Para ello, resulta fundamental contar con acceso a mercados adecuados, respaldado por una promoción proactiva; además de perspectivas de demanda futura sostenida que aporten estabilidad y visión a largo plazo.
Otro requisito esencial es la capacidad productiva de una oferta exportable sostenible. Esto implica contar con recursos naturales y humanos en cantidad y calidad suficientes, y sostenibles en el tiempo; además de empresarios que interactúen en un entorno competitivo con estándares globales, en un ecosistema funcional con la academia y el sector público.
Y, finalmente, está el tema crucial de la rentabilidad. Si un país quiere atraer inversiones privadas, debe ofrecer incentivos tributarios claros, atractivos, y, sobre todo, efectivos. Pero no basta con eso: se necesita también una seguridad jurídica sólida, que no deje espacio para la duda, y que esté a la altura de las mejores prácticas internacionales. Esa combinación no solo inspira confianza en los inversores, sino que envía un mensaje poderoso al mundo: este es un país moderno, un lugar que entiende cómo se desarrolla el juego en el escenario global.
La tercera lección aprendida -y quizá la más desafiante de todas- pone el dedo en una llaga que no podemos seguir ignorando: la necesidad urgente de elevar la calidad del sector público. Un obstáculo persistente que, lejos de impulsar, hoy se convierte en un freno al avance.
El debate electoral dejó en claro un amplio consenso sobre los principales desafíos que enfrenta el país: la pobreza infantil, la inversión en capacitación e innovación, el futuro del trabajo y el crimen organizado. Para avanzar en estos frentes, lo primero será reasignar recursos desde otras áreas del Estado -no hay margen para más deuda o impuestos-, lo que deberá venir acompañado de una mejora sustancial en la eficacia de la gestión pública. Agilizar trámites y optimizar normativas es una prioridad ineludible, que se debe afrontar con determinación.
Hace unos días, el expresidente Mujica expresó con notable claridad: “Le echamos la culpa al Estado como si fuera una responsabilidad abstracta, cuando el problema radica en la acción de las personas que ocupan los cargos”.
En esta reflexión reside el núcleo de un desafío fundamental: la atracción y formación de personas en el sector público. Uruguay debe lograr reclutar talentos y capacitar mejor para poder aspirar a que la administración pública deje de ser una traba para el desarrollo del país.
Con ese propósito en mente, este año lanzamos el proyecto +Uruguay, cuyo primer curso (de varios por venir) concluyó recientemente. El primer programa tuvo como objetivo potenciar el servicio público a nivel local como motor de cambio, aprovechando la reserva de valor humano con la que cuenta el país.
Los pasos están marcados, claros como un mapa que espera ser recorrido. Lo que falta, ahora, es voluntad y compromiso, esa determinación de avanzar sin tropezar en errores evitables. El Uruguay optimista no es un sueño vago, sino una construcción posible, edificada sobre las lecciones del pasado y cimentada en la experiencia que nos guía hacia un futuro más prometedor.