Electorales y deportivas

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Las últimas semanas política y fútbol concitaron la atención de todos.

Elecciones Internas, Copa América y Eurocopa se mezclaron en los noticieros, diarios y redes.

El fútbol llama y emociona cuando compiten los seleccionados nacionales. Ver a los orgullosos escoceses marchando a ritmo de sus gaitas por las calles alemanas o a sus jugadores cantarle a la Flor de Escocia evoca los tiempos de William Wallace.

Uno se imagina a sus antepasados rebelándose ante los invasores en las montañas y orgullosamente cargando contra ellos al son de las mismas gaitas.

Algo parecido sentimos los orientales cuando vemos a nuestros jugadores y seguidores gritar, porque no cantan sino que gritan desde el fondo del corazón, “sabremos cumplir”.

Las justas deportivas modernas que van por la gloria eterna como dice la publicidad se me asemejan a aquellos duelos en que los ejércitos y ciudades elegían un campeón para pelear contra el del enemigo.

Cual David enfrentando a Goliat o Aquiles contra Héctor, los veintidós jugadores luchan por sus naciones. La pasión, el orgullo bien entendido, se exacerban en cada tranque, moña, corrida, salvada o gol. Si vencen, si obtienen el máximo premio, volverán, al igual que los Césares a Roma, cargados de gloria. Serán homenajeados en las plazas, vitoreados por el pueblo, y se escribirán nuevas canciones sobre sus hazañas.

Borges veía en la intensidad una forma de eternidad. “Lo que de verás fue, no se olvida jamás” afirmaba. Como no olvidamos Colombes, Ámsterdam o Maracaná.

Esta forma de gloria moderna, consistente en el triunfo deportivo no es patrimonio exclusivo del fútbol. Dentro de poco tendrán lugar los Juegos Olímpicos, otra muestra de orgullo y gloria.

Es una forma civilizada de elegir a los mejores. Ya no es en la arena que se enfrentan a morir los gladiadores, o los campeones de cada ejército.

Es en una competencia deportiva con reglas preestablecidas. Dejando claro que no son guerras sino competencias.

La diferencia no es menor: en la guerra quienes luchan tienen enfrente a un enemigo al que no solo quieren derrotar sino aniquilar.

En las competencias deportivas el adversario no es un enemigo. Se compite pero no se quiere acabar con él sino vencerlo.

De ahí que el concepto es que no se juega contra sino con el otro.

Es la misma regla de la competencia electoral.

O debe serlo.

En una democracia aquel contra el que se compite no es un enemigo sino un adversario. Un rival al que se intenta derrotar en las urnas captando mayor cantidad de votos.

Algunos no lo comprenden y lo ven como una lucha.

En especial los que entienden a la sociedad a partir de la lucha de clases. Creen en la pelea entre proletarios y burgueses, los de un barrio y otros, los que trabajan dando trabajo y los que laboran.

Explicar la sociedad a partir de ese conflicto es un error. Este es una patología a evitar, no el fundamento de todo. Batlle repetía que no se podía combatir a alguien para convertirse en el vencido.

La gran desventaja que tenemos los que creemos esto es que la motivación es distinta.

Enfrente no tenemos un enemigo. No lo vemos como tal. No sentimos odio contra él sino solo pensamos de forma diferente y proponemos caminos distintos.

No presentamos a los rivales como los malos, los que hambrean, explotan o quieren someter a otros. Ellos tienen sus convicciones.

Son adversarios circunstanciales.

Primero en las elecciones internas. Nos uniremos a ellos luego de estas en las nacionales enfrentando a otros partidos. Después de octubre la unión será con otros adversarios en el balotaje. Electos presidente y legisladores será la hora de trabajar con todos por el bien del país en los cinco años siguientes.

¿Qué habrá enfrentamientos, discusiones y diferencias?

No hay ninguna duda que es así y es sano dirimirlas en las urnas.

Pero el adversario de hoy es alguien con quien se deben construir puentes para gobernar mañana. Sobre todo para buscar los acuerdos en temas en los que los consensos dan mayor posibilidad de éxito.

Para enfrentar juntos, vencedores y vencidos en la justa electoral, a los verdaderos enemigos: el narcotráfico, lavado de dinero, la inseguridad, la pobreza estructural, el desempleo y la falta de oportunidades.

Eso no tiene colores partidarios.

Más que pensar en el día después, no hay que olvidarse de él.

Como lo hacen los deportistas que estrechan la mano del rival, habiendo ganado o perdido.

Sabiendo que pronto volverán a enfrentarse.

Festejará uno.

El adversario vencido deberá ser un sportsman.

Ese que como se lo definió en forma insuperable en la Revista Punch en 1850 es “aquel que no solamente ha vigorizado sus músculos y desarrollado su resistencia por el ejercicio de algún deporte, sino que, en la práctica de ese ejercicio, ha aprendido a reprimir su cólera. A ser tolerante con sus compañeros. A no aprovechar una vil ventaja. A sentir profundamente como una deshonra la mera sospecha de una trampa.

Y llevar con altura un semblante alegre bajo el desencanto de un revés”.

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