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Elogio al cambio de opinión

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En ciencia se cambia de opinión cuando nuevos conocimientos están disponibles, pero en la mente de muchas personas, la política se asimila más a la teología que a la ciencia.

Sin embargo, las ideas políticas, como las filosóficas, no implican la clase de verdad que las religiones aplican a sus credos, verdades definitivas que albergan el temor de que aceptar nuevos descubrimientos significaría admitir que antes se vivió equivocado.

Cambiar de opinión no implica sacrificar la integridad. Los dogmas son más difíciles de erradicar cuanto más temprano en la vida se han adquirido. Es de valientes y de inteligentes abrir la mente, escuchar al otro, y así experimentar el goce intelectual que acompaña al descubrimiento.

A John M. Keynes, el famoso economista, un periodista le dijo al fin de una conferencia: “Profesor, hace dos años usted sostenía una postura completamente distinta a la que ahora sostiene”. Keynes respondió: “Pues mire, tiene usted razón, me di cuenta de que estaba equivocado y yo cuando me doy cuenta de que estoy equivocado, cambio de opinión. ¿Usted qué suele hacer en ese caso?”

Sostener siempre las mismas ideas, lejos de ser motivo de orgullo, es señal de que no se ha aprendido nada, de que no se ha prestado atención a los hechos ni a los cambios ocurridos a nuestro alrededor.

En nuestro país los partidos políticos han tenido distintas actitudes a lo largo de his- toria.

Los blancos son quizás los más emocionales. Celebran en Aparicio al héroe romántico, en Herrera el firme nacionalismo y en Wilson su personalidad seductora. Sin embargo, no se proponen repetir sus acciones porque saben muy bien que son otros y muy distintos los desafíos que hoy les toca enfrentar.

Los colorados se precian de su racionalidad, pero algunos suelen decir “Yo soy colorado y batllista ¡Pero batllista de Don Pepe, eh!”, indicando que puede ser una traición cualquier propuesta que no haya expresado en su tiempo. Batlle y Ordóñez enfrentó las costumbres que en su momento se daban por valores eternos y tuvo el coraje de cambiarlas. Sin embargo, también tuvo algunas malas ideas o propuestas que no funcionaron.

El colegiado, por ejemplo. ¿Qué opinaría Batlle de la internet, de la inteligencia artificial, de la ingeniería genética o del matrimonio homosexual? Estas preguntas solo pueden responderse con especulaciones.

Los frenteamplistas proponían en su primera elección la reforma agraria, la ruptura con el Fondo Monetario Internacional, la nacionalización de la banca y del comercio exterior y la moratoria de la deuda externa.

Gobernaron quince años y nunca aplicaron esas medidas ni proponen aplicarlas en caso de volver al gobierno.

No eran buenas ideas y las descartaron. Se dieron cuenta de que en otros países donde se aplicaron llevaron a la esclavitud y a la pobreza. Hicieron bien en abandonar esas propuestas.

La capacidad de convencer y de ser convencido es fundamental en una demo- cracia.

He escuchado a algunos sorprenderse y hasta enojarse porque herreristas y batllistas, que en otro siglo sostuvieron ideas contrarias, estén ahora en coalición. Ese tipo de mentalidad implica estar paralizado en el tiempo, cerrar los ojos a la actualidad.

Las opiniones están hechas para ser debatidas, contrastadas con los hechos y con opiniones contrarias, y si resultan erróneas, abandonadas.

Siempre habrá un rincón para las emociones, los colores, las canciones, las banderas, los héroes que nos inspiraron y los compañeros con los que compartimos ideales. Ello no implica dejar de lado la razón.

Quien diga “Toda la vida seré fiel a mis principios” está cerrando su mente con una barrera infranqueable.

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