Demócratas empujados a sus límites: eso somos, en lo esencial, los demócratas venezolanos, especialmente, desde el 10 de enero de 2025. Ahora sí, desprovisto de todo disimulo o contención, el régimen nos ha empujado, haciendo uso del enorme arsenal de armas con que cuenta -armas institucionales, armas reales y de muerte, armas de leyes fuera de la ley- hasta conducirnos al extremo de nuestros límites. Llegados a este punto el mensaje del régimen es rotundo e inequívoco: o sometimiento o violencia. No hay otra posibilidad. No hay tercer camino.
Antes del fallecimiento de Hugo Chávez, la base política del régimen había comenzado a resquebrajarse. Eso lo sabía Chávez y lo sabían los integrantes de la cúpula. Ese rompimiento del vínculo entre el régimen y el pueblo, que ya en 2012 era inocultable, aceleró la implantación de una política consistente en extender la desproporción y brutalidad de la represión, para conducirnos, insisto, a un callejón sin salida, donde sea imposible encontrar un acuerdo, una salida que evite más sufrimientos, más torturados, más secuestrados, más asesinados, mayor destrucción del país ya demolido en sus componentes sustantivos.
Esta planificación -que es una de las dos políticas públicas existentes en el país; la otra consiste en robar hasta el último centavo del ingreso petrolero y de los bienes de la república- se hizo todavía más evidente, ante los observadores que siguen los hechos desde la escena internacional, cuando la oposición democrática decide a finales de 2022 recorrer el camino electoral, participar con un candidato en las elecciones de 2024, y hacer uso de todo el ingenio, la cautela, la tolerancia, la flexibilidad táctica y hasta el silencio para ir avanzando, incluso en los momentos en que eso parecía inviable o suicida, todo eso, hasta tragar lo intragable como fue la inhabilitación de Corina Yoris como candidata presidencial.
Ganó González Urrutia con más de 70% de los votos. Triunfó sin lugar a dudas el reclamo nacional por un cambio urgente en Venezuela, y sin argumento alguno, sin mostrar un acta, sin ninguna prueba que lo sustente, Maduro se declaró ganador.
¿Adónde nos conduce la autoproclamación de Maduro del 10 de enero? A la liquidación de las vías del diálogo y de la intermediación política. Nos conduce a la instauración de una dictadura sin disimulo ni atenuantes. Una dictadura feroz y sin máscaras, que es el único modo de hacer frente a un pueblo que, con dignidad y coraje ejemplares, no ha cesado, año tras año, bajo el impulso de su raigal cultura democrática, resistir, oponerse al ultraje, protestar, decir no, propagar el derecho a la libertad.
Ahora que el régimen ha liquidado la vía democrática, la vía del diálogo, la vía de los acuerdos; ahora que han cerrado a patadas las distintas puertas que desde la oposición democrática, ante testigos privilegiados de otros países, les habían abierto para una salida pacífica y conveniente para todos; ahora que han escogido el camino de la dictadura total y que no existe ningún mecanismo vigente que no suponga una confrontación, ¿qué haremos los demócratas empujados a estos extremos y padecimientos? ¿Nos someteremos o tomaremos el camino de la confrontación?
Tal debate es el que está planteado hoy, aunque sea una discusión que muchos temen abordar.