Endeble apatía

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Aunque no quiero exagerar, de escuchar una vez más la frase “recta final”, tengo la firme convicción de que voy a morir por falta de irrigación cerebral. Si el lector piensa que esto es una columna sobre la campaña electoral, y decide continuar, solo hay una posibilidad: es un sádico.

No quiero sonar duro, pero escribo estas líneas mientras me recupero del shock de haber visto el arranque de la Copa América. Como ya es costumbre hasta último momento no termina de estar claro por dónde se puede ver el torneo. Antes del partido inaugural ocurrió algo inesperado: la señal de la transmisión se cruzó con la de un canal religioso. Aparecieron dos pastores evangélicos hablando de lo suyo, de religión. Fue surreal, pero gracias a Dios, también breve. Después se supo que eran paraguayos de la iglesia del presidente de la Conmebol y se terminó el asombro. El dirigente de fútbol nunca te decepciona. Toda la escena pasó a ser, en el amplio sentido del término, ordinaria. Eso que ocurrió, y digo esto con el más profundo de los respetos, después de un show de reguetón y porristas.

Uruguay tiene serias chances de subirse al podio. Será celebrado como corresponde. Un triunfo bien nuestro, colectivo, del equipo. En caso de naufragar, el responsable será uno solo: Bielsa. Pase lo que pase, hablaremos horas de ello. Seguro bastante más que sobre el no tan digno tercer lugar que ocupamos en la lista de los peores países de América Latina y el Caribe en egreso de la educación obligatoria. Solo le ganamos a Haití y Honduras. Algo más de la mitad de los jóvenes de 21 a 23 años de este país (51,6%) no logró completar sus estudios obligatorios el año pasado.

Las cifras de ausentismo no son mucho más alentadoras. El 25% de los niños de primer a sexto de Primaria faltó más de 34 días en el año: un 20% de las clases.

La percepción sobre la importancia de ir a clase no es la de antes. Pasa en los sectores populares: la ANEP mandó más de 50.000 cartas a los padres de los niños que más faltan. Pasa en los sectores no tan populares: padres que dejan de mandar a clase a sus hijos días antes de viajar porque no sea cosa que se les vayan a arruinar las vacaciones si se llegan a enfermar. Uno podría pensar que estando tan mal en educación, y siendo algo tan importante, estaríamos preocupados y ocupados buscando soluciones.

Uno también podría pensar que si desde una tribuna le cantan a coro “negro cagón” a un jugador, habría una suerte de vergüenza colectiva, y algo más, y no una mirada apática. O peor, cargada de sorna y justificaciones.

Es difícil hablarle a alguien de un problema cuando esa persona ni siquiera reconoce el problema. Ese desinterés no nos incomoda lo suficiente. Estaría bien intentar que haya gente a la cual, por lo menos, le resulte inconveniente gritar cualquier cosa en un esta-dio. El hecho de que haya brotes racistas en esta sociedad, como en todas, no significa que tengamos que resignarnos a que si pasa dentro de un estadio, no lo veamos como algo tan grave o lo consideremos como parte del folclore deportivo. El hecho de que pase y casi nadie se escandalice es un verdadero fracaso. No se me ocurre otra palabra.

Con respecto a la indiferencia hacia la campaña, se pueden esgrimir varias razones y ninguna sería sorpresiva. Todo indica que será la votación más baja en unas internas. Intuyo que una de las causas más poderosas es, además del desinterés generalizado, constante y entendible por la política, el lenguaje soporífero y las imágenes decadentes.

No quiero ser injusto con nuestros políticos. Hay que tener voluntad, y algo más, para acercarse una noche fría de junio a lugares desmoralizadores para hablarle a un puñado de personas y pedirles un voto. Imaginen tener que repetir eso varias veces al día durante demasiados meses. Y sacarse selfies cada vez. Heroico.

No deja de ser extraño que gran parte de la cobertura electoral se base en intentar predecir, y analizar hasta el hastío, cómo se cree que la gente va a votar ese día. No es un problema exclusivamente uruguayo, ni mucho menos, pero sería tanto mejor que el tiempo se use para dar mejores elementos para que la gente decida. Mucho más raro, digno de estudio, es el espacio que se le dedica a un partido cuyo caudal de votos es tan magro que los profesionales que trabajan en hacer encuestas prefieren ni incluirlos.

Después de este primer tiempo electoral bastante perezoso, es casi imposible encontrar un solo argumento racional para pensar que el período julio-noviembre estará inundado de propuestas y emotividad. Tampoco que, como por arte de magia, alguno de los candidatos se va a volver magnético e inspirador.

La política está atrapada en su propia zona de confort. Sabedora del desapego generalizado y consciente de que suele estar desconectada de la mayoría. Ojalá esa mayoría no se termine de convencer de que también es incapaz de aportar soluciones de fondo a los problemas reales. Resolver problemas es un trabajo difícil. En el caso de los problemas de un país algunos dicen que es imposible. Una casa nunca se empieza a construir por el tejado e, hipotecando la educación, estamos asegurando que los cimientos serán endebles.

Quizá no haya grandes promesas porque se es consciente de que después no se van a poder implementar. Quizá corramos el riesgo de no ser, más allá de políticos y partidos, como integrantes de una sociedad, lo suficientemente ambiciosos.

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