Equívoco

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La definición de equívoco en el diccionario de la Real Academia Española es muy clara: “Tomar desacertadamente algo por cierto o adecuado”.

El caso del ex director de Convivencia, Santiago González, no se ajusta a la definición de la RAE por ningún lado. No resulta creíble que el exjerarca haya tomado por adecuado el atenderse en el Hospital Policial y retirar medicamentos aprovechando su cargo. Si lo hubiera hecho, entonces sí, se equivocó. Pero tiene más pinta de que no fue un error y por algo ya no trabaja más en el Ministerio del Interior.

“Al escribir la dirección, he equivocado el número del portal” es uno de los ejemplos que la RAE expone para ejemplificar lo que es un equívoco. Se desprende de esto que se trata de un error. La persona no era consciente que lo que estaba haciendo no era lo correcto. Cualquier funcionario público que usa su jerarquía para obtener un beneficio sí es consciente de que está incurriendo en una falta. No lo hace “sin querer”. Por eso la ciudadanía no debe bancarse el ya aburridor “acepto mi error”. No, jefe, error fue el que cometieron los que pensaron que usted iba a ser diferente y le dieron su confianza. Además, a nadie le interesa que un funcionario público tenga la “honradez” de “reconocer su error”. Lo que aspiramos desde este lado de la urna, por supuesto que no es que no cometan errores, pues errarem humanum est, pero sí que no se pasen de vivos. Y no solo lo esperamos, sino que va a llegar un momento en el que será necesario exigirlo. Como lo está haciendo el presidente Lacalle.

Tampoco es un error lo del intendente de Salto, Andrés Lima, que puso a su cuñada a trabajar en la comuna de la cual es jefe, en un clásico episodio de nepotismo. Lo hizo sin concurso. Sin nada. Así nomás. A dedo. ¿Se equivocó Lima? Claro que no. Se hizo el vivo. O se la jugó a que el hecho pasara desapercibido.

La que tampoco se equivocó, pero al menos no intentó hacernos creer que sí lo hizo, fue la ministra Moreira al adjudicarle una vivienda a una militante de Cabildo Abierto. Tampoco cuando hizo lo mismo con la empleada doméstica que trabajaba en su casa. Qué se va a equivocar. Al contrario. Hizo lo que creyó que estaba bien. Lo que entendió que su investidura ministerial le facultaba a decidir. Y por eso se plantó en su verdad y no había Cristo que le hiciera entender que había cometido una macana mayúscula. No lo entendía ni ella ni su marido, el senador Manini, que salió a golpear a la coalición por haber cuestionado a su mujer. Y esto no es menor. Porque sabiendo que aún descubierto, el poderoso se pone panza arriba y se defiende atacando con todas sus armas, quién va a tener el coraje, después, de plantarse frente a un jerarca que “se equivoca”. Mire nomás el lector cómo la emprendió el senador contra el presidente e imagínese las que hubiera pasado un mero funcionario de bajo rango.

Tampoco se equivocó Topolansky al decir que vio el título de Sendic. No se equivocó Placeres. No se equivocó Cendoya. No se equivocó Cosse con el cálculo del Antel Arena, ni tampoco la Justicia cuan- do mandó presos a los mu-chachos de la “violación en manada del Cordón”. Todos actuaron a conciencia y buscando renta.

Es muy fácil decir “per- dón me equivoqué”. Lo que es difícil es tragarse esos cuen- tos desde aquí, desde el llano. Así que no se equivoque, no somos tan bobos como nos creen.

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Rodrigo Caballero

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