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No hay mucho mérito en aprender de la propia experiencia. Es lo menos que se puede esperar de un ser pensante como, suponemos, somos todos (aunque es cierto que nuestra especie es la única que tropieza dos veces con la misma piedra). La sabiduría consiste en aprender de la experiencia ajena. Es más económico y menos estresante.

La situación venezolana debería ser una fuente de lecciones para nuestra sociedad. No somos tan diferentes, compartimos una herencia cultural e histórica importante, las dos sociedades han mantenido, y mantienen, vínculos estrechos que se han hecho aún más directos con la inmigración venezolana que se han radicado en nuestro país.

La situación, para llamarla de alguna forma, tiene dos grandes facetas.

La primera es la de los acontecimientos en Venezuela. Después de haber cometido uno de los fraudes electorales más egregios en el escenario político mundial, la dictadura presidida por Maduro persiste, impertérrita, y ha emprendido una fuerte campaña de represión contra la oposición democrática. Su cinismo es inagotable.

La semana pasada, el informe de la misión independiente de determinación de los hechos sobre Venezuela presentado en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas afirmó que “Tras el anuncio de los resultados electorales, las autoridades pusieron en marcha una campaña de detenciones masivas e indiscriminadas sin precedente. Las detenciones, con cifras reportadas por las propias autoridades, se contaron por miles, llegando a números solo comparables con las protestas de 2014, 2017 y 2019. Entre el 28 de julio y el 1 de septiembre de 2024, la Misión alcanzó a documentar 143 detenciones, basándose en la información de al menos dos fuentes creíbles, consciente de que se trata apenas una muestra de un universo mucho más amplio”. Y esto es solo para empezar.

La segunda faceta que adquiere especial relevancia en vísperas de nuestras elecciones, es la actitud de un significativo sector político uruguayo ante los acontecimientos venezolanos.

Aquí, la visión ha evolucionado de sostener que Maduro y sus laderos representaban una democracia diferente, que no era una democracia plena, o de sacarse fotos abrazándose con Maduro, hasta reconocer eufemísticamente que en Venezuela “hay elementos de deterioro democrático”.

Es de suponer que uno de esos “elementos” incluyen el notorio fraude electoral cometido en las recientes elecciones y la persecución política a la oposición desde entonces.

Después de rumiar años sobre si el régimen presidido por Maduro es una democracia alternativa o una dictadura, la opinión en la izquierda uruguaya (o por lo menos de sus miembros más sensatos) parece haberse inclinado por esta última interpretación. Pero, algunos agregan inmediatamente que existen problemas internos más relevantes que deberían requerir nuestra atención antes que lo que sucede con Maduro. Consideramos que no es así y que la dictadura venezolana es un tema muy relevante en la agenda de la discusión política.

¿Acaso no sería lógico pensar que la ambigua o vacilante posición sobre Venezuela en determinados sectores de opinión expone su punto de vista sobre la importancia de valores esenciales como la libertad, el respeto de los Derechos Humanos, y la democracia representativa en nuestro país?

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