Escapar de Disneylandia

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La noticia ocupó los titulares de la semana cuando, ante el comentario paternalista y despectivo del ministro de Economía argentino, Sergio Massa, refiriéndose a Uruguay como “hermano menor”, el presidente Lacalle Pou retrucó con una sola palabra: Disneylandia. Más allá de las interpretaciones que pueden hacerse de ese comentario, nuestro mandatario se pasó de elegante porque Massa hubiera merecido una respuesta más dura.

No caben dudas que la reunión en Buenos Aires de varios presidentes en la VII cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) es un evento mucho más protocolar que efectivo en cuanto a decisiones y planes que mejoren la convivencia y el intercambio. Su eficacia y utilidad no voy a analizarla aquí, pero sí llama la atención que nada menos que el anfitrión pretenda botijear a Uruguay con esa declaración que recuerda a otras que han surgido a lo largo del tiempo para definirnos por parte de algunos argentinos: desde “petizo protestón y molesto” a “uruguayos envidiosos”. Por supuesto que el pueblo argentino nos aprecia y mucho. Pero el kirchnerismo se ha caracterizado por actos de desprecio que nos incluyen. Desde la cortada de puentes en protesta por las pasteras al exabrupto de Cristina Kirchner en su discurso de asunción en contra del presidente Tabaré Vázquez, presente en el recinto. Estuvo bien Pepe Mujica cuando dijo que la vieja era peor que el tuerto.

No tengo dudas que viendo la realidad política latinoamericana, con una mayoría abrumadora de gobiernos de corte populista y de izquierda, el talante republicano, liberal y democrático de nuestro gobierno y del país, con tres poderes independientes y funcionando y una convivencia política ejemplar, debe causar embarazo a muchos de los que participan del encuentro de Buenos Aires, en especial al anfitrión. El destrato de Massa -especie de mayordomo insolente- refleja ese malestar y basta ver en la prensa argentina la difusión que se le dio al entredicho para calibrar sus consecuencias.

En cuanto al calificativo de “Disneylandia”, son muchos los sentidos que pueden inferirse del comentario. El más inmediato es imaginar un lugar de fantasía, un territorio en el que la irrealidad infantilizada se adueña del espacio y el tiempo y se transita por él con la ilusión y la irresponsabilidad natural de los niños.

En ese sentido, el comentario de Lacalle Pou, quizá sin proponérselo, fue de una ironía devastadora si nos atendemos a la realidad argentina. Un país de cuento, signado por la asfixiante inflación, los distintos valores del dólar, el divorcio ostensible de su presidente con la vice, el imposible diálogo entre gobierno y oposición, no puede decirnos, a través de su principal ministro, que “Uruguay es uno de los hermanos menores del Mercosur, y Brasil y la Argentina tienen la responsabilidad de cuidarlo”.

Esa mirada de Massa sintetiza, además, el fastidio que provoca la actitud aperturista de Uruguay en busca de nuevos mercados y acuerdos fuera del bloque, en especial con China. Entonces, al “hermano menor”, se lo debe reprender -como ya lo han hecho- y en lo posible darle un tirón de orejas para que vuelva al inútil raciocinio de respetar un acuerdo que, en el mundo actual totalmente distinto al del nacimiento del Mercosur, no lo beneficia y además lo perjudica. Hizo bien el mandado Massa, pero ¿qué hubiera comentado si Nicolás Maduro hubiera venido a la cumbre? ¿Lo hubiera recibido como Alberto Fernández pretendía, olvidando su gestión autoritaria y la farsa de democracia que representa?

Todo esto, además, revela la solitaria posición de Uruguay en el contexto que aludí más arriba: el avance de la izquierda populista en el Cono Sur. Recuerdo que cuando cursaba el ciclo básico en la Facultad de Derecho, allá por 1970, la visión marxista de varios profesores sostenía un desprecio absoluto por los liderazgos y gobiernos populistas que había padecido América del Sur, desde el de Juan Perón en Argentina al de Getúlio Vargas en Brasil, pasando por el de Víctor Raúl Haya de la Torre en Perú y varios ejemplos más. Era mala la palabra “populismo” para los proyectos del marxismo y sus cultores latinoamericanos. Tuvieron que pasar años antes que los teóricos Ernesto Laclau y Emilio de Ipola le dieran permiso a la izquierda para abrazar un sistema y una visión política a la que habían aborrecido.

La llegada de Lula da Silva al poder y la indefinición de lo que puede suceder en Argentina en las próximas elecciones sumado a la intrascendencia de Paraguay en inclinar la balanza en un sentido o en otro, posiciona a Uruguay más que como el “hermano menor”, como el hermano rebelde.

Pero en un mundo actual convertido en una incógnita múltiple, como ya expresé en mi columna anterior, un proyecto ineficaz, caduco y dominado por dos de los socios no puede condicionar la política comercial y exterior del país. Y mucho menos cuando el relato ideológico y la solidaridad retórica, no tienen sentido si se mira la realidad sin las anteojeras de las afinidades políticas. No hay que engañarse con la visita de Lula, pese a que todos quedaron conformes con lo que dijo.

Hace muchos años leí un cuento de Ray Bradbury cuyo tema y final son admirables para aplicarlos a la situación de Uruguay. El mismo se llama La caja de sorpresas y su argumento es sobre un niño que desde su nacimiento solo ha vivido con su madre en una casa aislada en medio de un bosque. Ella lo ha engañado diciéndole que ese lugar es el mundo y más allá del bosque lo aguarda la muerte. Pero hete aquí que sospechando que en esa casa todo es apariencia, un poco más crecido y convertido en un adolescente, muerta su madre el protagonista se fuga y descubre el mundo real, lleno de sol, gente, cielo y libertad. Entonces, luego de atravesar el bosque, corre por las calles de una ciudad cercana gritando con alegría y maravilla que está muerto y eso lo hace feliz.

A Uruguay sus hermanos mayores lo tienen amenazado de que no puede salir del bosque porque ellos lo cuidan ya que más allá de este hay monstruos y peligros sin nombre. De Disneylandia o el bosque del cuento de Bradbury, lo mejor es escapar.

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Hugo Burel

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