Las esperanzas que afirma el título no fincan en el macramé con que en estas horas se tejen acuerdos, ingresan o reingresan outsiders y se anudan sub-lemas y listas para la elección. De ese ajetreo debería salir un Uruguay capaz de oír y sintetizar a los opuestos, avivando el seso y despertándolo a diálogos sin sorderas ni anteojeras. Así sea.
Pero las esperanzas que asomaron en esta semana se refieren al vínculo de la persona con lo que dice, a la exigencia de congruencia en la prédica y al sostén de las instituciones, y no por cálculos funcionalistas.
En su programa, Ignacio Álvarez documentó que el doctor Jorge Díaz como militante frentista ahora predica contra los allanamientos nocturnos, pero los pedía siendo fiscal de Corte y hasta afirmaba en 2019 que los había “venido reclamando desde hace años”.
En una campaña electoral sin doctrina ni muchas ideas, en la cual los discursos de los candidatos se reemplazan por memes, agresiones y descalificaciones, ¡¿cuánto vale que haya voces capaces de denunciar contradicciones de ese jaez?!
El diálogo liberal exige que todos oigamos atentamente al ajeno, le demos la razón si la tiene o, si no, lo refutemos con pruebas en mano. Confirmar que esa tradición no ha muerto en el Uruguay es la demostración de que, desde nuestra libertad, seguimos vacunándonos contra los contagios del virus fanatizador de los admiradores de Maduro.
El segundo hecho tiene que ver, precisamente, con ese tirano ocultador de actas electorales.
El rotundo discurso que pronunció el embajador Dr. Washington Abdala en la OEA elevó los conceptos hasta los límites donde la evidencia se transmuta en indignación.
El exnotero y exlegislador destrozó las posiciones tibias. Le preguntó a Maduro si creía que los 8 millones de venezolanos emigrados salieron a hacer turismo, le espetó qué es lo que no entiende del repudio en las urnas y le enrostró su deber de irse. Denunció que en Venezuela se ha instalado el terrorismo de Estado.
Debemos estar orgullosos de esa repercusión. Debemos valorar en el embajador Washington Abdala Remerciari la amplitud con que pasó del lenguaje técnico del Derecho a la defensa humanitaria de los derechos del común. Debemos valorar que haya dejado la refinación del estilo diplomático usando el idioma coloquial del ciudadano de a pie. Y sobre todo, debemos aplaudir que se haya identificado personalmente con los principios que defendió: las instituciones precisan gente con sangre en las venas.
Ese ascenso desde las técnicas y las formas hacia la persona debemos recibirlo no como un rescoldo del pasado sino como una semilla de resurrección. Sí, resurrección del mejor modelo uruguayo de formación de los sentimientos y el pensamiento, de tiempos en que la imagen no se encargaba, las convicciones no se callaban y las polémicas eran a pecho abierto.
Hoy, sobre el individuo avanzan los colectivos, se despersonalizan las relaciones y se impersonalizan los procedimientos hasta para comprar pan. Las campañas electorales se encargan. Con ese cuadro, en el Uruguay y en el mundo la persona se achata y termina muda y hasta archivada.
Actitudes como la del Dr. Washington Abdala nos enaltecen hacia afuera. Deben revivirnos hacia adentro. A todos, divergentes incluidos.