Hoy se vota en nuestro país. Los uruguayos afirmamos esto con una naturalidad que, en otras latitudes y en otras historias, produce asombro; acá es una rutina que se cumple invariablemente.
Tan invariablemente que a veces nos olvidamos que por unos años no se cumplió. Pero lo que está reincorporado a la mentalidad uruguaya es que el episodio eleccionario, la instancia en la que elegimos quiénes nos gobernarán por los próximos cinco años, se cumple y sus resultados siempre se respetan.
El rito de hoy, con todo el bochinche publicitario precedente, es un tesoro a preservar y defender: forma parte de la idiosincrasia nacional y debemos rendir tributo a quienes lo fueron metiendo en la conciencia nacional.
Esta elección de hoy en particular está rodeada de gran expectativa porque no hay un resultado anticipado: las fuerzas en pugna son muy parejas. El clima es de suspenso y de nervios, dentro de la certeza que otorga nuestro sistema electoral que no permite un fraude.
En la espera de hoy, hasta la proclamación de los resultados por la Corte Electoral a medianoche, propongo a los lectores compartir otra certeza, mucho menos noble que las certezas expuestas más arriba pero creo que inevitable: esta de hoy es la última elección así.
¿Así cómo?
La premisa del sistema democrático es que las elecciones recogen la voluntad libre de todos los ciudadanos. Esto supone que la gente vota libremente y que vota a conciencia, sabiendo lo que hace y por qué lo hace. Esa es una presunción necesaria pero relativa: unos ciudadanos votarán con más conocimiento y otros con menos (y algunos sin ningún conocimiento, solo porque es obligatorio).
En todas las campañas electorales que hemos conocido ha habido propaganda; eso quiere decir, en buen romance, que se habilitaron artilugios -más o menos hábiles, más o menos respetuosos- para influir en la voluntad de los votantes.
La próxima elección va a tener a disposición artilugios mucho más sofisticados.
Esos nuevos artilugios, a través de las redes sociales y las aplicaciones (teléfonos celulares) van a poder influir y manipular a la opinión pública y a la ciudadanía con una efectividad quirúrgica y, a la vez, sumamente difícil de detectar.
El ciudadano medio de hoy (y mucho más el de mañana) ya ha suministrado voluntariamente (casi alegremente) los datos completos de sus gustos, sus miedos, sus anhelos, sus compañías, sus andanzas, sus gastos, y todo paso por paso y actualizado cada día.
Ese votante “informado y libre” tendrá la información, -su información, la de su teléfono- seleccionada en la cuadrícula de sus preferencias que es manejada por los dueños (pocos) de la red.
Quienes manejan esa red podrán (ya pueden) convencer a ese ciudadano, amedrentarlo, desinformarlo, ilusionarlo, etc. sin que él lo sepa o lo sienta.
No creo que manipulaciones de este tipo hayan jugado de forma determinante en estas elecciones de hoy. Pero esta es la última. La próxima, que yo no veré, no será más así…