Lo que usted hizo será legal, pero no es ético”, le dice un político a su rival, a lo que este responde “Usted no tiene autoridad moral para cuestionar mi ética”. A menudo escuchamos estas expresiones en que se menciona la ética, casi siempre en tono de reproche. Es raro que se use esa palabra en positivo, tipo “¡Qué ético es usted, lo felicito!”.
En Uruguay los partidos políticos tienen una Comisión de Ética. También existe la Junta de Transparencia y Ética Pública (Jutep) que, según dice en su página web “es un órgano autónomo que actúa como organismo de control superior del Estado para prevenir, detectar, sancionar y erradicar las prácticas corruptas”.
Pero, ¿qué es la ética? ¿Es lo mismo que la moral? ¿Cómo se relaciona con la política?
En el lenguaje común, “ético”, como adjetivo, se usa como sinónimo de honesto, correcto, honrado, íntegro, recto, justo, etc. La Ética como sustantivo es una rama de la filosofía. G. E. Moore la define como “la investigación general sobre lo bueno.” Ética y moral tratan del bien y el mal. La diferencia es que moral refiere sobre todo a las costumbres y a los valores de una comunidad o de una época. Por ejemplo “la moral cristiana”, “la moral victoriana”, etc., mientras que la ética pretende valores universales.
¿Cómo sabemos qué es lo bueno? ¿Qué quiero decir con bueno y malo? ¿A quién le preguntamos? ¿A los padres, a los maestros, a los dignatarios de una iglesia, a la Jutep?
La primera pregunta es si es posible conocer lo bueno. Para algunos filósofos no es posible, piensan que los enunciados éticos no agregan ningún conocimiento. El escocés David Hume es el más escéptico de los filósofos: “No hay nada en sí mismo valioso o despreciable, deseable u odioso, bello o deforme, sino que estos atributos nacen de la particular constitución y estructura del sentimiento y afecto humanos”.
En el siglo XX los filósofos de la línea analítica creen que no se puede conocer lo bueno. Para el positivismo lógico la verdad está determinada por la racionalidad. La ética y la estética son discursos sin sentido. Para Moore, lo que es bueno radica en esa constancia simple, inanalizable a la que accedemos en términos de intuición. Para Ludwig Wittgenstein la ética está fuera del mundo, es un impulso del espíritu, es aquello de lo que no se puede hablar. En su “Conferencia sobre ética” afirma: “La ética, en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia. Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento”.
Sin embargo, por más difíciles que sean los dilemas éticos, también son inevitables y la razón por la que son inevitables es porque vivimos estas cuestiones todos los días. Entonces el escepticismo, el rendirse a la reflexión moral no es una solución. Kant lo describió muy bien:
“El escepticismo es un lugar de descanso para la razón humana pero no es un lugar de residencia permanente.”
Entre quienes creen que sí es posible conocer lo bueno hay dos grupos bien diferentes: los que creen que es bueno lo que produce buenos resultados, y los que creen que lo bueno es la buena intención, más allá de lo que resulte de una acción. Entre los primeros se encuentran los utilitaristas como Jeremy Bemtham y John Stuart Mill, cuyo lema puede resumirse en “El mayor bien para el mayor número”.
Para ellos, hacer lo correcto es maximizar utilidades, procurando la mayor cantidad de placer y la menor cantidad de dolor, la mayor felicidad y el menor sufrimiento.
También creen que lo bueno es lo que lleva al mejor resultado (aunque ese resultado sea distinto para cada uno) Aristóteles y todos los medievales. También Hegel, Marx y los marxistas, la escuela de Fráncfort y casi todos los filósofos menos Kant y los neokantianos como John Rawls.
Para Kant, lo importante no es el resultado sino el motivo: “La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena solo por el querer, es decir, es buena en sí misma. (…) sería esa buena voluntad como una joya que brilla con luz propia”.
Para Aristóteles la política es superior a la ética porque mientras que la ética busca el bien para uno mismo o para un grupo, la política lo busca para toda la ciudad. Es decir, la polis, el Estado.
“(…) todas las asociaciones tienden a un bien de cierta especie, y el más importante de todos los bienes debe ser el objeto de la más importante de las asociaciones, de aquella que encierra a todas las demás, y a la cual se llama precisamente política.”
En estos días de elecciones, elijo recordar a Aristóteles y reivindicar a los políticos, a todos ellos. Es una profesión a veces ingrata, ya que son muchos los que se sienten con derecho a denostarlos. A insultarlos y denigrarlos, en barras bravas o desde el anonimato de las redes sociales.
Cada uno de ellos dedica sus esfuerzos y a veces hasta su vida para conseguir el bien, sea cual sea la manera en que lo entiende, para toda la república.