Los discursos resultan inquietantes. La palabra “rearme” está en boca de todos los europeos, comenzando por los gobernantes y las autoridades del bloque con sede en Bruselas. Es una palabra muy fuerte, por eso Pedro Sánchez pidió reemplazarla por “seguridad”. Hablemos de “fortalecer la seguridad, no de rearme”, dijo el jefe de gobierno español. Un pedido razonable.
En un continente que en el último siglo fue devastado por dos guerras mundiales, podría generar pánico que los gobiernos lancen programas de reclutamiento, reformen legislaciones para incrementar gastos militares, expliquen la necesidad de contar con kits de subsistencia y planifiquen la construcción de refugios, entre otros preparativos que los europeos ancianos ya habían olvidado y que los más jóvenes nunca conocieron ni creyeron que algún día conocerían.
Una prueba de que Europa considera inexorable una guerra con Rusia, es que Alemania reformó leyes en tiempo récord para volver a producir armamentos y acrecentar su poder militar a niveles cercanos al del último reich, pero esta vez para defender la democracia en el territorio germano y en Europa central y occidental.
Es como si recién ahora cayera en cuenta de que ya no existe la alianza con Estados Unidos; como si estuviera entendiendo que Trump está cambiando el sistema institucional norteamericano y aplicando una visión geopolítica cercana a la del ultranacionalismo ruso.
No hacía falta que se revelaran los chats entre el vicepresidente y otros funcionarios de la primera línea del gobierno estadounidense, en los que, a propósito de planes de ataques contra los hutíes de Yemen, se refieren a Europa como “patética” y la describen como un parásito geopolítico de Washington. Con Trump en la Casa Blanca, el matrimonio Estados Unidos-Europa estaba herido por el adulterio con Rusia que el presidente norteamericano ni se preocupó en ocultar.
Sólo Australia puede estar tranquila respecto al estatus de su relación con Washington. De momento, Trump valora sólo el AUKUS, que incluye también a los británicos, para contener a China en el Pacífico Sur. La OTAN no es útil en la geopolítica de Trump.
Para el jefe de la Casa Blanca la alianza con Europa es irrelevante. La clave estratégica es llevarse bien con Rusia, reconociendo su derecho a la gravitación sobre todo el viejo continente y Asia Central.
Europa siente que Washington la abandona en las vías de un tren que marchaa toda máquina hacia ella. Es curioso que haya tardado tanto en decodificar lo que el magnate neoyorquino le transmitía de manera explícita.
Europa no cree en la mediación de Trump para poner fin a la guerra en Ucrania. La ve improvisada, negligente. Pero reconoce el peso del Washington y elije no obstruirlo ni cuestionar el papel que asumió, aunque no espera que sea una verdadera mediación, porque Trump no está en “el medio” entre Zelenski y Putin, sino más cerca del líder ruso.
Tampoco espera que logre una verdadera pacificación. Putin hará lo que lleva años haciendo Nicolás Maduro con las mediaciones entre su régimen y la disidencia, con mediadores que, como José Luís Rodríguez Zapatero, no son tales porque hacen suculentos negocios con la dictadura. El líder ruso se comprometerá con metas que no piensa cumplir y ganará tiempo, mientras Trump va aflojando las sanciones económicas y haciéndole entender a Zelenski que debe olvidarse de Crimea, del Dombass y de otros territorios del este de Ucrania.
Tarde, pero Europa entendió que el mundo es otro. Las ultraderechas euroescépticas, que son pro-Putin, anti-Ucrania y anti Bruselas, tendrán que entender de ahora en más que oponerse a la Unión Europea (UE) implica entregarse a la Rusia ultranacionalista y expansionista actual.
Sin con muchos más habitantes y más poder económico, la UE deberá hacer un esfuerzo inmenso para disuadir a Putin de no atacarla, cualquier país europeo, individualmente, será presa fácil del agresivo vecino. De ahora en más, las ultraderechas anti-Bruselas podrían ser acusadas de traicionar a Europa.