Exitismo y democracia

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A medida que las ofertas partidarias tienen menos doctrina, los nombres emergen, desfilan y se alinean solo por proyección de imagen. No se construyen liderazgos desde la rotundidad de un ideario político. Se dibuja candidatos, se forcejea el lugar en la lista y se toleran los alejamientos sin chistar, porque hay más cálculo que pasión.

El resultado inmediato es una campaña electoral opaca para tirios y troyanos. El efecto mediato es una democracia empobrecida de pensamiento. Es que lo funcional relativista no logra aplazar la sed de futuro, ni consigue anestesiar la sensibilidad, ni mata el hambre de plenitud valorativa.

Se trasvasa prestigios, dando por cierto que el destaque en una profesión de servicio garantiza, por sí, criterio, olfato y cintura para manejarse en la vida política. Y se deja marchar nombres con supina indiferencia, poniendo cara de “bueno ¿y qué?”.

Me impresionó el destino que a la economista Laura Raffo se le dio en el herrerismo, como antes me conmovieron otros desgajamientos con signo de sacrificio, surgidos en contextos no electorales: el caso del Dr. Eduardo Lust, que por diferencias estructurales se fue del maninismo y fundó el Partido Constitucional Ambientalista; el caso del Dr. Martín Pérez Banchero, que, por negarse a cohonestar órdenes de publicidad ostensiblemente irregulares, se fue del Partido Colorado, creando el partido Avanzar Republicano.

En nuestra política, el ir y venir de dirigentes entre sectores del mismo lema nos viene desde el siglo XIX y se hizo habitual desde los años 50 del siglo pasado. En cambio, el salto de un lema a otro por militantes prestigiosos comenzó poco antes de la dictadura y se hizo frecuente al retornar la democracia. Lo cual se extiende ahora a la fundación de nuevos partidos, obedeciendo más que a una ilusión de triunfo, a la conciencia de que toda idealidad clara impone esfuerzos, sacrificios y riesgos. Hay ciertos modos de irse por portazo que son la única manera de mantener la alegría de pararse firme en los principios, aunque sea con los pies ensangrentados.

Por eso, si las marquesinas de los lemas se encienden igual con unos nombres que con otros, no por eso hay que echar en saco roto todo el aporte de sentimientos e ideas que dejan los minoritarios que quedan fuera de los circuitos áulicos donde se cocinan listas.

Nuestra democracia se construyó desde individualidades fuertes, sin asesores de imagen. José Batlle y Ordóñez, Luis Alberto de Herrera y Emilio Frugoni no hacían sus editoriales y sus discursos a partir de encuestas. Cada uno de ellos forjaba su pensamiento y salía a sembrarlo a todos los vientos. No esperaban fama ni votos exhibiendo músculos sino defendiendo grandes posturas y grandes apuestas del pensamiento. ¡Vaya diferencia!

La República se edificó no solo por las decisiones de gobierno sino también con rebeldías minoritarias y hasta solitarias, que leudaron por el fuego interior de convencidos que sentían a la vida pública como un drama y hasta como una tragedia moral.

De esa forja nació El País -mañana hará 106 años- como hoja blanca e independiente, para dar espacio a muchos que no lo tenían.

Agradecido a una hospitalidad de más de un cuarto de siglo, uno piensa en cuánto tenemos que rescatar del ensueño indisciplinado y orejano del que nace la idealidad, sin la cual toda campaña se vuelve chaucha.

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