Rodolfo “Cucho” Sienra, Carlos Maggi y Adolfo Castells, que ya no están con nosotros, fueron unos adelantados a su época. Plantearon con vigor en el año 2010 lo que llamaban la “concertación ciudadana”: la necesaria coordinación electoral de los partidos tradicionales con el objetivo de ganar las elecciones.
Más allá de la fuerte presión de la opinión que hizo que mal que bien algo así funcionara para las elecciones de 2015 en Montevideo, fue recién en 2019 que ese espíritu efectivamente inspiró la campaña de octubre y el acuerdo de noviembre y, con ello, aseguró el triunfo de Lacalle Pou. Y es ahora cuando aquellas ideas, que en su momento fueron muy criticadas, están teniendo sólidas traducciones concretas: por un lado, con la evidencia del lema en común para las intendencias de Montevideo, Canelones y Salto; y por otro lado, con el entendimiento colectivo y común dentro del oficialismo de que la competencia entre partidos para octubre de ninguna forma debe opacar la consabida cooperación pensando en el balotaje.
Es en el más amplio despliegue de sus sectores y matices que los partidos de la Coalición Republicana (CR) -que así finalmente se terminó llamando- ganan adhesiones, en la natural adaptación que hace la vieja acumulación del doble voto simultáneo a las reglas de juego fijadas por la Constitución de 1997. Porque más allá de vericuetos electorales solo entendibles por especialistas, lo cierto es que lo que hizo radicalmente explícita aquella concertación de 2010 -que también tuvo como protagonistas a Eugenio Baroffio, Elena Beltrán, Cristina Cuñarro, Florencia Gambetta y Guillermo Stirling-, fue la nueva configuración del sistema de partidos.
A ese esquema de partidos tradicionales se sumaron algunos más, dentro de los cuales uno electoralmente fundamental, por su inserción social y por su perfil ideológico, que es Cabildo Abierto. Y la clave de todo aquello de 2010, implícita pero reconocida por todos los que conformaron aquel proyecto, era también reconocer la matriz republicana que en definitiva traducía, en expresión electoral concreta, lo de las “familias ideológicas” de los años noventa del expresidente Sanguinetti, tan polémico como acertado.
Hoy hay una generación de dirigentes que toma con total naturalidad este asunto concertacionista: es lo que el candidato presidencial colorado Ojeda ha llamado los “nativos coalición”. Es desde allí que la siguiente evolución natural deberá ser una cooperación mayor entre sus partidos -y no simplemente avances coordinados desde el genio y el mayor protagonismo de Lacalle Pou, por ejemplo, como ocurrió previo a 2019-; y una ecuación interna en la que sea bienvenido un mayor equilibrio de sectores dentro de la CR, con una especie de división del trabajo por todos asumida cuyo objetivo sea seducir distintos perfiles de votantes para sumar al cauce común.
Aquella quijotada forjada sobre todo en la página editorial de El País, llena de argumentos imparables, vio en lontananza y tuvo toda la razón de romper moldes viejos y señalar rumbos nuevos. Aquella concertación fue el fermento de lo que hoy es la CR: el gran instrumento reformista para asegurar el desarrollo y la prosperidad nacional, que elude los facilismos populistas propuestos por el Frente Amplio.