Uno “lleva la muerte en los ojos” y los otros tienen la mirada amable. Los tres son musulmanes pero sólo uno de ellos es un fanático religioso: Yahya Sinwar, el que “lleva la muerte en los ojos”, tal como lo describió un agente del Shin Bet. Y basta ver cualquier foto del ahora líder absoluto de Hamás para comprobar que, efectivamente, hay un destello siniestro en su mirada.
Sus contracaras compensaron la noticia del poder total sobre Hamás que obtuvo el más sanguinario de sus halcones gracias al asesinato del líder político Ismail Haniye con una bomba israelí en Teherán. Como apiadándose de un mundo intoxicado, apareció Bangladesh con una buena noticia: las protestas lideradas por los estudiantes derribaron a la autócrata Sheikh Hasina y pusieron al frente del gobierno interino a Muhammad Yunus.
No siempre fue despótica quien dejó el cargo que ahora ocupa el “banquero de los pobres”. Hasina llegó al poder en el 2009 ayudada por ser la hija de Mujibur Rahmán, uno de los padres de la independencia de Bangladesh en 1971, cuando logró separarse de Pakistán con la ayuda de la India.
En el último lustro giró hacia el autoritarismo del cual Yunus fue víctima por los acosos y denuncias que sufrió.
El pueblo asiático que es hincha de la selección argentina sacó del poder a una mujer autoritaria para nombrar primer ministro a un hombre cuya celebridad se debe a los instrumentos financieros que creó para ayudar a los pobres.
Yunus es un economista cuyo activismo social contra la miseria fue a través de invenciones financieras, pero recibió en el 2006 el Premio Nobel de la Paz, y no el de Economía. Algo tan extraordinario como revelador.
Los bancos otorgan créditos a quienes pueden devolverlos, por eso los más pobres siempre están excluidos. Yunus creó el Grameen Bank y los microcréditos para convertir en emprendedoras a personas extremadamente pobres. Y fueron millones las que salieron de la miseria en Bangladesh y otros países.
También se mostró en las antípodas del fanatismo autoritario Muhamad Javad Zarif, al renunciar a la vicepresidencia de Irán. Sólo dos semanas después de haber asumido junto al presidente, Masoud Pezeshkian, a quien acompañó en la fórmula de un espacio reformista, Zarif dimitió alegando que la conformación del nuevo gabinete refleja la extrema gravitación del régimen.
Javad Zarif condujo la diplomacia del gobierno reformista de Hassan Rouhani y fue el principal negociador iraní sobre la política nuclear del régimen.
Para Zarif, el presidente Pezeshkian prolongará el gobierno conservador que encabezaba Ebrahim Raisi.
Mostró mucho valor al renunciar explicando que, controlado por el poder religioso, el gobierno no podrá cumplir con sus promesas de abrir la gestión a las mujeres y minorías políticas y religiosas, además de impulsar reformas económicas y poner fin a la represión.
La digna dimisión de Zarif casi no tienes antecedentes en la historia de la República Islámica, donde la sumisión es la regla. Un caso que quedó relegado al olvido fue la renuncia del primer ministro Mehdi Barzagán, quien había asumido la jefatura del primer gobierno de la revolución islámica, tras la caída del sha Reza Pahlevi.
Barzagán había integrado el gobierno de otro líder digno: Mohammed Mossadeq, derrocado en 1953 por la CIA y el MI-6 por haber nacionalizado el petróleo.
Debido a la complicidad del ayatola Jomeini con las turbas que en 1979 ocuparon la embajada norteamericana, Barzagán renunció a su cargo antes de cumplir un año en el.
Ahora, un vicepresidente dimite antes de cumplir dos semanas, denunciando de ese modo la falsedad de la “democracia” religiosa persa.
El reverso del Zarif y de Yunus es Sinwar, el ejecutor de la estrategia concebida para que Israel masacre civiles.
A Netanyahu una guerra prolongada le sirve para seguir atrincherado en el gobierno de Israel, al que convirtió en su guarida para resguardarse de juicios por corrupción.
Sabiendo eso, Sinwar lanzó el pogromo sanguinario que detonó esta guerra. ¿Qué fue exactamente lo ocurrido el 7 de octubre? La definición más precisa no es “ataque” sino “provocación”. Un ataque tiene como fin último el daño causado por esa acción, mientras que el fin último de una provocación no es ese daño sino su consecuencia inmediata.
Sinwar provocó a Netanyahu para que lance una operación que, inexorablemente, sería criminal por las muertes de civiles que ocasionaría. La estrategia de Hamás convierte a los niños y demás civiles de Gaza en carne de cañón para lograr lo que finalmente consiguió: manchar con sangre la imagen de Israel.
Que Sinwar haya escrito el guión que Netanyahu sigue al pié de la letra no resta criminalidad a la ofensiva israelí, pero muestra la naturaleza siniestra del ahora líder absoluto de Hamás. El hombre que “lleva la muerte en los ojos”.