Fanatismo con futuro

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El último episodio raya en lo ridículo, si no fuera porque enfatiza aún más una característica muy inquietante del gobierno del Sr. Javier Milei.

Me refiero a la decisión del presidente (magnificada por el apoyo efusivo de la vicepresidenta), echando del gobierno a un Sr. Garro, jerarca de la Secretaría de Deportes, por haber actuado con sensatez ante un episodio de quinta categoría protagonizado por jugadores de la selección argentina, que tradujeron su euforia en cánticos ofensivos para con la selección francesa (lo que, además, no venían a cuento).

Increíblemente, el presidente y, peor aún, su vice transformaron algo menor (y bastante ordinario) en un incidente internacional, totalmente al ñudo, tirándose contra el gobierno francés y contra la propia nación.

Con lo cual, la administración Milei suma un nuevo “enemigo”: Lula, Petro, Sánchez, Xi, el presidente de Bolivia,... y no incluyo en la cuenta a los que se sintieron fastidiados por alguna actitud suya, como los socios del Mercosur, o mismo Biden, por el abrazo de Milei a Trump hace unos meses.

Todo lo cual es muy preocupante y lleva inevitablemente a preguntarse, ¿dónde va a parar tanta animosidad?

Es sabido que el odio mueve más en política que el amor, pero con medida (y hasta con un poco de lógica).

El fanatismo de Milei no tiene ribetes religiosos, como el de Irán o Afganistán y tampoco amenaza derechos fundamentales de sus gobernados o de otros países, ni hay chances de un regreso de la Argentina a la violencia dogmático-institucional de los regímenes militares pero, como todo fanatismo animado de odio, tiene una tendencia, innata, a expandirse. Una suerte de adrenalina combustible, proactiva y hasta deseosa de reventar a la menor provocación (y de buscarla si no se presenta).

Cuando en un país, que tiene un gobierno de esas características, hay factores que operan como contrapeso: una situación económica razonable, una sociedad integrada, instituciones sólidas, históricamente cimentadas... los desvaríos del fanatismo tienen ciertos límites (aunque, miren lo que ocurrió en los EEUU cuando Trump perdió las elecciones).

Pero la situación en Argentina es muy frágil.

Empezando por su realidad económica. La fuerte caída del producto, los altísimos niveles de pobreza y de indigencia, el desempleo... son todos factores que abonan una tierra fértil para las reacciones violentas.

Es cierto que el gobierno Milei está ensayando una tarea ciclópea de reestructura económica, con medidas inusualmente radicales (y ojalá tenga éxito). Pero aun si lo alcanza, es imposible soñar con resultados sustanciales y significativos en plazos cortos.

También es cierto que el gobierno argentino mantiene niveles de aceptación y apoyo sorprendentes para lo duro de la realidad (y ojalá se mantengan). Pero el riesgo de que se agote la resistencia de la gente antes de que las medidas produzcan efectos, es real.

Como también es real (e históricamente conocido) que, enfrentados a crisis, los gobiernos busquen refugio proponiendo enemigos culpables y tratando de canalizar “provechosamente” los odios.

No se puede desconocer que la Argentina no tiene una institucionalidad política sólida. Su sistema de partidos no constituye un cuerpo de contención política ante posibles desmanes o excesos. A lo que se suma una realidad de grupos de presión, algunos institucionalizados como los sindicatos, otros, ni eso, con mucha capacidad para desestabilizar y jugar el juego de los odios.

Por último: ¿qué puede pasar si el gobierno Milei no alcanza en tiempo útil un grado de resultados mínimamente satisfactorios que contengan las expectativas?

¿Qué puede venir en la Argentina atrás de un fracaso de este gobierno?

La imaginación tiembla.

Sí es cierto que en política el odio mueve más que el amor. Pero también es cierto que, una vez sacado el odio de la lámpara, es muy difícil volver a embotellarlo.

Seguramente el presidente Milei se siente encarnando una suerte de cruzada cuasi religiosa y sus seguidores lo alientan en ello, pero me temo que todo el resto del mundo (incluyendo los potenciales inversores), ven estas cosas con honda preocupación.

Sobre todo quienes queremos a la Argentina.

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